Buenos Aires Económico - 14-09-2009
Por Carlos Girotti
Una simplificación historicista tal vez ayudaría a justificar la brutal comparación entre el tiempo de vida de una vaca de cría y un ministro. Se podría alegar que el contexto cultural, político, económico, social, etc., aunado a una cosmovisión sustentada en el arraigo con lo telúrico y con ese entrelazamiento de cualquier rasgo vital con la potencia de la madre naturaleza, explicaría todo. Sin embargo, no sería así con los dichos recientes del presidente de la Sociedad Rural Argentina. Al contrario: cualquier simplificación los tornaría aún más peligrosos y graves.A Hugo Biolcati las palabras no le sobran y, quizás por ello, las administra con esmero. Es enjundioso en ese afán porque pareciera evitar en todo momento el derroche de vocablos, un despilfarro innecesario cuando, con un par de conceptos, puede resumir y transmitir inequívocamente lo que siente y lo que piensa. En eso se parece bastante al senador Reutemann, ese otro gran exégeta del lenguaje módico pero preciso. Es gente que no se anda con vueltas ni remilgos a la hora de manifestarse, aunque en general sean parcos porque prefieren la contundencia de una orden impartida tranqueras adentro, o la brutalidad del improperio, a una tediosa intervención diplomática. Hasta aquí todo sería una cuestión de gustos o de estilos de comunicación. Pero no, se trata de otra cosa.Si para la Sociedad Rural, en boca de su presidente, “un ministro últimamente dura mucho menos que cualquiera de nuestras vacas de cría”, es porque ya nada la satisface ni la conforma. Más aún, que para Biolcati y los suyos los diputados no sean sino “una manga de cagones”, eso está indicando que están decididos a atropellar contra cualquier obstáculo que se interponga en su camino. Saben, entretanto, que una arremetida frontal los alejaría definitivamente de ese idílico consenso que supieron obtener de las capas medias urbanas cuando enarbolaron el pretendido martirologio campestre contra la resolución 125. Tampoco pueden apelar al corte de rutas y al desabastecimiento, no sólo porque se les pasó la hora de gracia con la infantería gratuita de la Federación Agraria Argentina (tardíamente consciente de las implicancias del festejado voto no positivo de Cleto Cobos), sino también porque en las grandes ciudades nadie apoyaría el despropósito a costa de sí mismo. Entonces, tienen que esperar: “Señores resistamos, falta poco”, dijo Biolcati. En verdad, ese llamado a la resistencia es casi un ruego para no caer en la tentación, otra vez, de reeditar el diálogo golpista que el presidente de la Rural mantuvo con Mariano Grondona en abril pasado. Paciencia, pide Biolcati, resistir al facilismo de apelar a la descarnada proclama autoritaria. Cuánto les gustaría poder decir, como aquel editorial de Clarín del 24 de marzo de 1977: “Bastó que las FF.AA. tomaran el poder asumiéndose como responsables últimas de la sobrevivencia del Estado-nación, para que retrocedieran los factores de desintegración. Se impuso el orden”. Ahora, en cambio, no tienen cómo hacer eso. Ya llegará el 10 de diciembre, fecha emblemática para la cual han convocado a una movilización de los campestres. Una oportunidad, incluso para Grondona que la fogonea desde sus notas en La Nación, de armar un pacto refundacional de la república de las derechas bienpensantes, un acuerdo de alternancias gubernamentales sustentado en el compromiso de no permitir nunca más un engendro chavista como el kirchnerismo. Resistir, dicen, porque ese mítico 10 de diciembre los pondrá casi automáticamente en las vísperas del recambio.Mientras tanto, los rurales vociferan. Se desgañitan al tiempo que, en las audiencias públicas del Congreso, decenas de oradores se suceden en apoyo del proyecto de ley de servicios de comunicación audiovisual presentado por el Ejecutivo. No ocultan el fastidio que ello les produce; hicieron todo lo posible para que sus parlamentarios amigos –y algunos inconscientes– impidieran el tratamiento del proyecto. Pero la discusión avanza. Quizás ello los haya hecho caer en el discurso brutal con el que más se identifican y, no obstante, no se arrepienten porque no temen. Con razón coligen que los jueces y los fiscales no actuarán de oficio contra esa impronta protogolpista, como sí lo hacen, por estas horas, con aquellos que hace cinco años impidieron con su movilización que se consumara la complicidad policial y judicial con el asesino de Martín “Oso” Cisneros. Por eso insisten en discursos que ya no ocultan la violencia íntima que los anima y los acompaña desde los tiempos inaugurales del primer Martínez de Hoz. Para qué ocultarla si total hay otros que, desde la prolijidad de una filosofía al servicio del poder o desde un enfoque literario de fin de semana que se afana por besarlo, pueden emprenderla educada y civilizadamente contra los “intelectuales K” que apoyan al desastrado matrimonio presidencial.Graves y peligrosas son las palabras pronunciadas por Hugo Biolcati en el Palacio San José, pero mucho más lo es el sentido de futuro que encierran. Hay en ellas la prefiguración de un horizonte de prepotencias y desmesuras. Es la teleología iluminada por la luz de un proyecto histórico de dominación que, aun arrinconado en la Argentina y en toda la región, conserva intactas esas reservas de poder que lo mantienen vivo. Para su semántica, la res pública no puede significar otra cosa que la ganancia que les pueden dar sus vacas de cría y actúan en consecuencia. Pero ahí, precisamente, en lo descarnado de su discurso, radica la posibilidad de su derrota: otra semántica está en marcha que su vocinglería no puede ocultar. Es una lengua amasada con viejos y queridos vocablos. En ella resuenan, al cumplirse treinta y seis años del golpe en Chile, la última voz pública de Salvador Allende y los poemas amputados de Víctor Jara. También, en la conmemoración reciente del Día del Maestro, ese abecedario imperecedero, escrito con tiza en un pizarrón del Bajo Flores por Guillermo Barros, el primer docente asesinado por las tres A. No es una lengua de recordaciones sino de no olvidos porque, mientras aquellas se guardan en la intimidad de los afectos, los no olvidos se hacen memoria pública y palabra del futuro. Habrá que encontrar las nuevas palabras del mañana, es verdad, pero aquí ya hay una certeza: Hugo Biolcati no es el único parlante porque hay otros que vienen hablando y caminan en sentido opuesto.
Una simplificación historicista tal vez ayudaría a justificar la brutal comparación entre el tiempo de vida de una vaca de cría y un ministro. Se podría alegar que el contexto cultural, político, económico, social, etc., aunado a una cosmovisión sustentada en el arraigo con lo telúrico y con ese entrelazamiento de cualquier rasgo vital con la potencia de la madre naturaleza, explicaría todo. Sin embargo, no sería así con los dichos recientes del presidente de la Sociedad Rural Argentina. Al contrario: cualquier simplificación los tornaría aún más peligrosos y graves.A Hugo Biolcati las palabras no le sobran y, quizás por ello, las administra con esmero. Es enjundioso en ese afán porque pareciera evitar en todo momento el derroche de vocablos, un despilfarro innecesario cuando, con un par de conceptos, puede resumir y transmitir inequívocamente lo que siente y lo que piensa. En eso se parece bastante al senador Reutemann, ese otro gran exégeta del lenguaje módico pero preciso. Es gente que no se anda con vueltas ni remilgos a la hora de manifestarse, aunque en general sean parcos porque prefieren la contundencia de una orden impartida tranqueras adentro, o la brutalidad del improperio, a una tediosa intervención diplomática. Hasta aquí todo sería una cuestión de gustos o de estilos de comunicación. Pero no, se trata de otra cosa.Si para la Sociedad Rural, en boca de su presidente, “un ministro últimamente dura mucho menos que cualquiera de nuestras vacas de cría”, es porque ya nada la satisface ni la conforma. Más aún, que para Biolcati y los suyos los diputados no sean sino “una manga de cagones”, eso está indicando que están decididos a atropellar contra cualquier obstáculo que se interponga en su camino. Saben, entretanto, que una arremetida frontal los alejaría definitivamente de ese idílico consenso que supieron obtener de las capas medias urbanas cuando enarbolaron el pretendido martirologio campestre contra la resolución 125. Tampoco pueden apelar al corte de rutas y al desabastecimiento, no sólo porque se les pasó la hora de gracia con la infantería gratuita de la Federación Agraria Argentina (tardíamente consciente de las implicancias del festejado voto no positivo de Cleto Cobos), sino también porque en las grandes ciudades nadie apoyaría el despropósito a costa de sí mismo. Entonces, tienen que esperar: “Señores resistamos, falta poco”, dijo Biolcati. En verdad, ese llamado a la resistencia es casi un ruego para no caer en la tentación, otra vez, de reeditar el diálogo golpista que el presidente de la Rural mantuvo con Mariano Grondona en abril pasado. Paciencia, pide Biolcati, resistir al facilismo de apelar a la descarnada proclama autoritaria. Cuánto les gustaría poder decir, como aquel editorial de Clarín del 24 de marzo de 1977: “Bastó que las FF.AA. tomaran el poder asumiéndose como responsables últimas de la sobrevivencia del Estado-nación, para que retrocedieran los factores de desintegración. Se impuso el orden”. Ahora, en cambio, no tienen cómo hacer eso. Ya llegará el 10 de diciembre, fecha emblemática para la cual han convocado a una movilización de los campestres. Una oportunidad, incluso para Grondona que la fogonea desde sus notas en La Nación, de armar un pacto refundacional de la república de las derechas bienpensantes, un acuerdo de alternancias gubernamentales sustentado en el compromiso de no permitir nunca más un engendro chavista como el kirchnerismo. Resistir, dicen, porque ese mítico 10 de diciembre los pondrá casi automáticamente en las vísperas del recambio.Mientras tanto, los rurales vociferan. Se desgañitan al tiempo que, en las audiencias públicas del Congreso, decenas de oradores se suceden en apoyo del proyecto de ley de servicios de comunicación audiovisual presentado por el Ejecutivo. No ocultan el fastidio que ello les produce; hicieron todo lo posible para que sus parlamentarios amigos –y algunos inconscientes– impidieran el tratamiento del proyecto. Pero la discusión avanza. Quizás ello los haya hecho caer en el discurso brutal con el que más se identifican y, no obstante, no se arrepienten porque no temen. Con razón coligen que los jueces y los fiscales no actuarán de oficio contra esa impronta protogolpista, como sí lo hacen, por estas horas, con aquellos que hace cinco años impidieron con su movilización que se consumara la complicidad policial y judicial con el asesino de Martín “Oso” Cisneros. Por eso insisten en discursos que ya no ocultan la violencia íntima que los anima y los acompaña desde los tiempos inaugurales del primer Martínez de Hoz. Para qué ocultarla si total hay otros que, desde la prolijidad de una filosofía al servicio del poder o desde un enfoque literario de fin de semana que se afana por besarlo, pueden emprenderla educada y civilizadamente contra los “intelectuales K” que apoyan al desastrado matrimonio presidencial.Graves y peligrosas son las palabras pronunciadas por Hugo Biolcati en el Palacio San José, pero mucho más lo es el sentido de futuro que encierran. Hay en ellas la prefiguración de un horizonte de prepotencias y desmesuras. Es la teleología iluminada por la luz de un proyecto histórico de dominación que, aun arrinconado en la Argentina y en toda la región, conserva intactas esas reservas de poder que lo mantienen vivo. Para su semántica, la res pública no puede significar otra cosa que la ganancia que les pueden dar sus vacas de cría y actúan en consecuencia. Pero ahí, precisamente, en lo descarnado de su discurso, radica la posibilidad de su derrota: otra semántica está en marcha que su vocinglería no puede ocultar. Es una lengua amasada con viejos y queridos vocablos. En ella resuenan, al cumplirse treinta y seis años del golpe en Chile, la última voz pública de Salvador Allende y los poemas amputados de Víctor Jara. También, en la conmemoración reciente del Día del Maestro, ese abecedario imperecedero, escrito con tiza en un pizarrón del Bajo Flores por Guillermo Barros, el primer docente asesinado por las tres A. No es una lengua de recordaciones sino de no olvidos porque, mientras aquellas se guardan en la intimidad de los afectos, los no olvidos se hacen memoria pública y palabra del futuro. Habrá que encontrar las nuevas palabras del mañana, es verdad, pero aquí ya hay una certeza: Hugo Biolcati no es el único parlante porque hay otros que vienen hablando y caminan en sentido opuesto.
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