7 Días - 18-09-2009
Por Eduardo Anguita
Por Eduardo Anguita
Con la media sanción en Diputados de la ley de servicios audiovisuales, los monoolios ven cada vez más cerca el fin de su poder. Por qué la norma servirá para inaugurar una nueva etapa de la comunicación.
Esta media sanción de Diputados a la Ley de Servicios Audiovisuales, con una abrumadora mayoría de 146 votos, es vivida como una primavera. En el calendario tuvo dos coincidencias fuertes. Unas horas antes de la votación se cumplían 29 años del decreto de la dictadura. En efecto, Jorge Videla, José Martínez de Hoz y Albano Harguindeguy estampaban sus firmas un 16 de septiembre de 1980 para darle fuerza legal a aquella disposición autoritaria de radiodifusión que ahora está por pasar a los anales de las vergüenzas argentinas. Parece que hubieran elegido el 16 de septiembre para conmemorar –ellos– los 45 años del alzamiento que la prensa oligárquica tuvo el tupé de designar como Revolución Libertadora. En ese sentido, el de las efemérides, los 146 argentinos que levantaron su mano en el Congreso Nacional parecen haber tenido un gesto de respeto a la historia por elegir la fecha. A partir de ahora, el 16 de septiembre podrá ser recordado como el día en que los canales de noticias pasaron el debate en el que decenas de diputados hablaron sin autocensura sobre las manipulaciones de los grupos monopólicos. Pero el debate, además, se dio días antes de la llegada de la primavera. Cualquiera que mire las plantas verá cómo brotan, cómo emergen las hojas verdes de los tallos. Las primaveras revitalizan, empujan a los artistas a expresarse, iluminan a los poetas. Los medios argentinos viven una primavera. Aun los reaccionarios. Porque dejaron los moldes. Todos. Se cayeron los muros, los códigos de silencio y las conveniencias. Hay bilirrubina a la vista. Testosterona en abundancia. Mucha progesterona. Estrógenos a granel. Nadie se oculta tras las máscaras de la objetividad. Y quienes pretenden defender las estatuas del periodismo independiente caen derribados como los bloques de los muros que destilaban miedo para separar sociedades. En esta media sanción ganó la Nación. Porque sólo una vez –curiosamente en 1947, primer gobierno de Perón– un Congreso sancionaba una norma para reglamentar los permisos a los radio-operadores. Desde entonces, el otorgamiento de licencias corrió por cuenta de los dictadores. Y cada vez que un gobierno constitucional tenía que renovar –o no– las licencias se armaban unas bataholas notables. Los dictadores “naturalizaron” un hecho aberrante: las democracias debían extender los permisos para ser titulares de licencias (públicas) a quienes habían sido beneficiados por gobernantes anticonstitucionales. Y la sociedad comió –y come– demasiado discurso intoxicado, como, por ejemplo, confundir ser “dueño” de una empresa con ser permisionario de un espacio público.
Nuevas voces. Esta ley, que todo indica será promulgada en menos de un mes, servirá para inaugurar una nueva etapa de la comunicación. Ése es el hecho futuro central. Cientos y cientos de radiodifusores surgen a escena. Felipe Bócoli, presidente de la Federación de Cooperativas Telefónicas, casi no lo puede creer. Su caso es uno de tantos: cooperativista, al frente de una entidad que agrupa a 300 cooperativas telefónicas que podrán tener canales de televisión en cientos de pueblos de todo el país. Ya están preparando las redes domiciliarias y se disponen a contratar cientos de camarógrafos, locutores, editores y periodistas, que tendrán puestos de trabajo en medios de comunicación que no serán comerciales. Trabajarán desde otra perspectiva. Serán portadores de otras voces que, hasta ahora, eran marginales en los medios comerciales. Y no pelearán por la fama ni el rating. Darán servicios y noticias para sus comunidades, serán portadores de debates singulares, propios de sus lugares de origen. Ayudarán a consolidar identidad y a luchar contra la colonización cultural.Pero también se preparan los centros de estudiantes de las cárceles. Sí, de las cárceles. Porque ahora los presos podrán –a través de los centros de estudiantes de las prisiones– presentarse a la autoridad de aplicación de la ley a pedir una licencia. Porque, de acuerdo a la Constitución, perdieron la libertad ambulatoria, pero no su voz. Y las madres del paco o del dolor. Los obreros mecánicos o los cientos de curas que están al frente de parroquias atadas a los barrios. ¿O acaso el titular de la Pastoral de Medios, Agustín Radrizzani, no dijo que este proyecto era un avance porque sirve para aquellos que no tienen voz?
¿Monopolios o independientes? Los que hasta ahora disfrutaron del aplastante discurso único no necesitaban enojarse y discutir. Salían maquillados a decir sus verdades. Porque nadie los podía rebatir. Ahora están nerviosos. Marcelo Bonelli y Gustavo Silvestre, la noche del debate en Diputados estaban desencajados. Lo increpaban al diputado (y también profesional de la televisión) Claudio Morgado. Pretendían que él y los ciento y pico de legisladores iban a ser responsables de cierres de canales y de pérdidas de puestos de trabajo. La noche anterior, Mónica Gutiérrez, ante cuatro invitados a su programa en América 24 (entre los que estaba quien escribe estas líneas), se mostraba indignada porque la ley contempla un “registro de productoras” y eso “es coartar la libertad”. Y, además, porque dispone un impuesto –pequeño– a las productoras para proveer fondos al funcionamiento de la nueva autoridad de aplicación de la ley. Perdón, esta nueva casta de comunicadores con caché de artista y negocios empresarios, ¿tiene miedo de perder dinero y poder? ¿No eran los estandartes de la objetividad y la independencia? En buena hora se desnudan, se indignan, se exhiben como seres humanos que, diestros en el oficio, usan la espada mediática en defensa propia y, sobre todo, de los negocios de sus empleadores. La mañana siguiente a la votación, los trabajadores de Telenoche recibieron una comunicación del gerente a cargo: “todos los empleados de la unidad de negocios (sic)” debían asistir a la reunión en la que el gerente les contaría las siete plagas que sobrevendrán a sus vidas una vez que los senadores conviertan en ley esta norma que impone a los monopolios a desprenderse de licencias. El Grupo Clarín ya perdió la batalla más importante. Hasta ahora había logrado que, salvo voces aisladas y de muy diversos puntos de vista (desde Pablo Llonto hasta Jorge Asís, pasando por Julio Abelardo Ramos o Martín García, y algunos más, entre quienes orgullosamente está quien escribe estas líneas) no hablen de los negociados de Papel Prensa. Precisamente, Martín García y los miembros de la agrupación Oesterheld celebrarán el Día de la Primavera con una cena en el Centro Cultural Torcuato Tasso con la presencia de Osvaldo Papaleo, quien además de haber ejercido el periodismo durante años, fue yerno de David Graiver, el titular de Papel Prensa hasta 1976.“A mí no me lo contaron. Yo lo viví”, dijo Papaleo varias veces en los foros convocados estos meses para debatir el proyecto de ley. Lidia Papaleo, su hermana, es la viuda de Graiver. Y Papaleo fue, como apoderado de sus sobrinos, a las reuniones en las que ellos debían ceder las acciones de Papel Prensa a favor de Clarín, La Nación y La Razón, cuyos representantes iban acompañados de los dictadores.Los periodistas independientes de Clarín, el 19 de mayo de 1977, escribían: “La transacción (de Papel Prensa) se celebró a la luz pública y con el consentimiento previo y posterior del Estado a través de la más alta expresión de su voluntad, que consta en acta de la Junta Militar”. Claro; las empresas beneficiarias habían pagado sólo ocho millones de dólares lo que valía 250 millones.La actual directora de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, para mostrar cómo se construye la independencia de un medio, cuando ya llevaba dos años de Papel Prensa en su haber, publicó sin vueltas cuál era el rol de los militares en la Argentina. Fue el 1 de julio de 1982, a poco de la derrota de Malvinas y era un aliento para los que llevaron a los pibes a las islas: “No nos conforma la idea de unas Fuerzas Armadas políticamente rechazadas y refugiadas en la especificidad de sus tareas… Las Fuerzas Armadas son necesarias para sostener esa batalla contra el statu quo aparentemente incruenta, pero en realidad tan ardua como cualquier otra de la guerra convencional”.
Esta media sanción de Diputados a la Ley de Servicios Audiovisuales, con una abrumadora mayoría de 146 votos, es vivida como una primavera. En el calendario tuvo dos coincidencias fuertes. Unas horas antes de la votación se cumplían 29 años del decreto de la dictadura. En efecto, Jorge Videla, José Martínez de Hoz y Albano Harguindeguy estampaban sus firmas un 16 de septiembre de 1980 para darle fuerza legal a aquella disposición autoritaria de radiodifusión que ahora está por pasar a los anales de las vergüenzas argentinas. Parece que hubieran elegido el 16 de septiembre para conmemorar –ellos– los 45 años del alzamiento que la prensa oligárquica tuvo el tupé de designar como Revolución Libertadora. En ese sentido, el de las efemérides, los 146 argentinos que levantaron su mano en el Congreso Nacional parecen haber tenido un gesto de respeto a la historia por elegir la fecha. A partir de ahora, el 16 de septiembre podrá ser recordado como el día en que los canales de noticias pasaron el debate en el que decenas de diputados hablaron sin autocensura sobre las manipulaciones de los grupos monopólicos. Pero el debate, además, se dio días antes de la llegada de la primavera. Cualquiera que mire las plantas verá cómo brotan, cómo emergen las hojas verdes de los tallos. Las primaveras revitalizan, empujan a los artistas a expresarse, iluminan a los poetas. Los medios argentinos viven una primavera. Aun los reaccionarios. Porque dejaron los moldes. Todos. Se cayeron los muros, los códigos de silencio y las conveniencias. Hay bilirrubina a la vista. Testosterona en abundancia. Mucha progesterona. Estrógenos a granel. Nadie se oculta tras las máscaras de la objetividad. Y quienes pretenden defender las estatuas del periodismo independiente caen derribados como los bloques de los muros que destilaban miedo para separar sociedades. En esta media sanción ganó la Nación. Porque sólo una vez –curiosamente en 1947, primer gobierno de Perón– un Congreso sancionaba una norma para reglamentar los permisos a los radio-operadores. Desde entonces, el otorgamiento de licencias corrió por cuenta de los dictadores. Y cada vez que un gobierno constitucional tenía que renovar –o no– las licencias se armaban unas bataholas notables. Los dictadores “naturalizaron” un hecho aberrante: las democracias debían extender los permisos para ser titulares de licencias (públicas) a quienes habían sido beneficiados por gobernantes anticonstitucionales. Y la sociedad comió –y come– demasiado discurso intoxicado, como, por ejemplo, confundir ser “dueño” de una empresa con ser permisionario de un espacio público.
Nuevas voces. Esta ley, que todo indica será promulgada en menos de un mes, servirá para inaugurar una nueva etapa de la comunicación. Ése es el hecho futuro central. Cientos y cientos de radiodifusores surgen a escena. Felipe Bócoli, presidente de la Federación de Cooperativas Telefónicas, casi no lo puede creer. Su caso es uno de tantos: cooperativista, al frente de una entidad que agrupa a 300 cooperativas telefónicas que podrán tener canales de televisión en cientos de pueblos de todo el país. Ya están preparando las redes domiciliarias y se disponen a contratar cientos de camarógrafos, locutores, editores y periodistas, que tendrán puestos de trabajo en medios de comunicación que no serán comerciales. Trabajarán desde otra perspectiva. Serán portadores de otras voces que, hasta ahora, eran marginales en los medios comerciales. Y no pelearán por la fama ni el rating. Darán servicios y noticias para sus comunidades, serán portadores de debates singulares, propios de sus lugares de origen. Ayudarán a consolidar identidad y a luchar contra la colonización cultural.Pero también se preparan los centros de estudiantes de las cárceles. Sí, de las cárceles. Porque ahora los presos podrán –a través de los centros de estudiantes de las prisiones– presentarse a la autoridad de aplicación de la ley a pedir una licencia. Porque, de acuerdo a la Constitución, perdieron la libertad ambulatoria, pero no su voz. Y las madres del paco o del dolor. Los obreros mecánicos o los cientos de curas que están al frente de parroquias atadas a los barrios. ¿O acaso el titular de la Pastoral de Medios, Agustín Radrizzani, no dijo que este proyecto era un avance porque sirve para aquellos que no tienen voz?
¿Monopolios o independientes? Los que hasta ahora disfrutaron del aplastante discurso único no necesitaban enojarse y discutir. Salían maquillados a decir sus verdades. Porque nadie los podía rebatir. Ahora están nerviosos. Marcelo Bonelli y Gustavo Silvestre, la noche del debate en Diputados estaban desencajados. Lo increpaban al diputado (y también profesional de la televisión) Claudio Morgado. Pretendían que él y los ciento y pico de legisladores iban a ser responsables de cierres de canales y de pérdidas de puestos de trabajo. La noche anterior, Mónica Gutiérrez, ante cuatro invitados a su programa en América 24 (entre los que estaba quien escribe estas líneas), se mostraba indignada porque la ley contempla un “registro de productoras” y eso “es coartar la libertad”. Y, además, porque dispone un impuesto –pequeño– a las productoras para proveer fondos al funcionamiento de la nueva autoridad de aplicación de la ley. Perdón, esta nueva casta de comunicadores con caché de artista y negocios empresarios, ¿tiene miedo de perder dinero y poder? ¿No eran los estandartes de la objetividad y la independencia? En buena hora se desnudan, se indignan, se exhiben como seres humanos que, diestros en el oficio, usan la espada mediática en defensa propia y, sobre todo, de los negocios de sus empleadores. La mañana siguiente a la votación, los trabajadores de Telenoche recibieron una comunicación del gerente a cargo: “todos los empleados de la unidad de negocios (sic)” debían asistir a la reunión en la que el gerente les contaría las siete plagas que sobrevendrán a sus vidas una vez que los senadores conviertan en ley esta norma que impone a los monopolios a desprenderse de licencias. El Grupo Clarín ya perdió la batalla más importante. Hasta ahora había logrado que, salvo voces aisladas y de muy diversos puntos de vista (desde Pablo Llonto hasta Jorge Asís, pasando por Julio Abelardo Ramos o Martín García, y algunos más, entre quienes orgullosamente está quien escribe estas líneas) no hablen de los negociados de Papel Prensa. Precisamente, Martín García y los miembros de la agrupación Oesterheld celebrarán el Día de la Primavera con una cena en el Centro Cultural Torcuato Tasso con la presencia de Osvaldo Papaleo, quien además de haber ejercido el periodismo durante años, fue yerno de David Graiver, el titular de Papel Prensa hasta 1976.“A mí no me lo contaron. Yo lo viví”, dijo Papaleo varias veces en los foros convocados estos meses para debatir el proyecto de ley. Lidia Papaleo, su hermana, es la viuda de Graiver. Y Papaleo fue, como apoderado de sus sobrinos, a las reuniones en las que ellos debían ceder las acciones de Papel Prensa a favor de Clarín, La Nación y La Razón, cuyos representantes iban acompañados de los dictadores.Los periodistas independientes de Clarín, el 19 de mayo de 1977, escribían: “La transacción (de Papel Prensa) se celebró a la luz pública y con el consentimiento previo y posterior del Estado a través de la más alta expresión de su voluntad, que consta en acta de la Junta Militar”. Claro; las empresas beneficiarias habían pagado sólo ocho millones de dólares lo que valía 250 millones.La actual directora de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, para mostrar cómo se construye la independencia de un medio, cuando ya llevaba dos años de Papel Prensa en su haber, publicó sin vueltas cuál era el rol de los militares en la Argentina. Fue el 1 de julio de 1982, a poco de la derrota de Malvinas y era un aliento para los que llevaron a los pibes a las islas: “No nos conforma la idea de unas Fuerzas Armadas políticamente rechazadas y refugiadas en la especificidad de sus tareas… Las Fuerzas Armadas son necesarias para sostener esa batalla contra el statu quo aparentemente incruenta, pero en realidad tan ardua como cualquier otra de la guerra convencional”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario