Un pueblo se reconoce como tal por una serie de sucesos que conforman su historia, y es en ese lugar común donde la tradición y los espíritus de época afianzan su proyección en el tiempo. Las diferentes tipologías culturales se entrecruzan generando el proceso dialéctico que hace y conforma la trama de dicho itinerario.
Democracia significa "poder del pueblo", que, en su máxima expresión, sería un sistema político y económico de hombres libres e iguales; no sólo libres e iguales ante la ley, sino en las mismas relaciones socioculturales. La democracia en cuanto concepción del mundo se fortalece en el compromiso y comportamiento de los hombres y, a su vez, estructura a la comunidad imaginada; pues en su idealización y utopía intenta consolidar procesos en que prime la igualdad y la no-arbitrariedad.
En consecuencia, interpelar ciertos conceptos nos obliga a mirar de soslayo lo que sucede y acontece en cada bloque histórico, porque en ese trayecto se disputan los espacios de poder con los antecesores y se pretende suplantar e instalar el propio paradigma. Todo cambio o recambio de las ideas dominantes produce conflictos; sin embargo siempre existen núcleos o ejes que se sostienen, otros, totalmente obsoletos, señalan el agotamiento de modelos que, en definitiva, decantaron en crisis. Bajo tales circunstancias, emergen potencialidades que habían sido postergadas en la lucha de clases, en el ordenamiento piramidal de la sociedad; entonces el reconocimiento y la valoración del otro se hace ampliando el universo de acción de la política, es decir, de la consolidación de la democracia (multiculturalidad, diversidad, reconocimiento de las minorías); uno de los trabajos esenciales será desmontar (o deconstruir) las narrativas hegemónicas que desplazaron y marginaron a lo diferente, arrojándolo a la periferia.
La historia de la humanidad está signada por estas luchas populares. En las condiciones actuales la democracia ha significado un gran paso histórico, pero todavía algunas de sus metas no se han logrado, mucho menos cumplido; pues hay una serie de limitaciones de orden ideológico, político, económico, cultural, técnico, e incluso psicológico, que se deben superar para que puedan ponerse en práctica aquellas instituciones de la democracia participativa. Es necesario hacer diversos esfuerzos al respecto y en esa tarea replantear las discusiones y los proyectos, porque la democracia no es sólo elección sino también participación, es el ámbito en donde prevalece el conjunto, es la realización de la comunidad.
Se sobrevive —o sobrevivimos— en emergencia: los acontecimientos diarios apuntalan sus sedimentos en nuestra conciencia; por eso no es posible realizar lecturas parciales ni cerradas, mucho menos sin anclaje político, ajenas a la densidad del contexto histórico.
Es necesario reconocer, desde el principio, que se "reflexiona" en base a conceptos concebidos como instrumentos de análisis por la cultura dominante occidental. Esta provincia, más allá de los reconocimientos y avances comprobables en la materia que nos convoca (Democracia y Discriminación), todavía tiene deudas con su propio pasado y también con los problemas actuales. Para intentar solucionarlos está la herramienta de la política, y los dirigentes deben aceptar el desafío de la hora.
La violencia contra la "alteridad" es una pesada herencia que obliga a ejercitar la memoria, a mantenerla activa; quizás ahí se pueda identificar la discriminación inaugural —cuando los fundadores de la Patria moderna no aceptaron a los primeros pobladores como iguales—, además del genocidio de los pueblos originarios consumado por la Generación del '80.
Más allá de las peticiones concernientes a la calidad de vida y el respeto de las culturas indígenas, a la deuda insoslayable de la Nación por haberse apropiado de sus territorios a través de una matanza criminal; hoy también es necesario pasar el cepillo a contrapelo para intentar deconstruir las marcas que "permanecen" indicando quién ha sido el vencedor, e impuso a espada y fusil su cosmovisión y ordenamiento del mundo. Toda persona que no consienta una única forma de conocer lo sucedido debe revisitar el pasado, tiene que hacer su propia autocrítica, porque es ahí donde yace el fragmento de la historia (no oficial) que resemantiza el vencedor a su conveniencia y deja de lado y sin alternativas la de los derrotados. Se tendría aquí una discriminación simbólica.
Las políticas económicas del capitalismo tardío menospreciaron, por lo menos en Latinoamérica, la democracia de cada uno de sus pueblos, por eso para lograr ese cometido apeló en la práctica real a las dictaduras. No sólo sometieron a las poblaciones a través de modelos económicos discriminadores, sino que rompieron el desarrollo político de las bases populares. La persecución fue una herramienta efectiva para identificar y aislar a la otredad; desde un primer momento, la pertenencia social, la militancia política, la extracción de clase, se vio refractada en las acciones represivas impulsadas por los gobiernos de facto. Quienes se opusieron a los golpes de estado no sólo defendían y reclamaban por la democracia; sino que denunciaban, a su vez, un sistema perverso fundado sobre la explotación. Es evidente que el poder hegemónico de los '70 inventó la figura sociológica del detenido-desaparecido, e impuso, de esa manera, el miedo y el terror a la ciudadanía, lo que fue clausurando su intervención política; pero la década del '90 agregó otra retórica —cínica y perversa— en términos económicos: la categoría del excluido. Desde su posición dominante no sólo postergó o retaceó la capacidad de asalariarse, sino que en el despliegue de su política financiera además les negó rotundamente a las multitudes subalternas un lugar en la comunidad donde ser y existir.
Esta compleja trama benefició nada más que a la burguesía acomodada o a la elite que detentaba el poder, mientras tanto una parte de los subordinados mantuvo y mantiene —con la plusvalía obtenida de la enajenación de su fuerza de trabajo— el nivel de vida de los dueños del capital; en ese diseño excluyente el resto nunca cuenta, porque se los considera explotables y descartables. Tanto los "perdedores" como los "vencidos" son la causa resultante de la adopción del capitalismo neoliberal en nuestro país y en el mundo.
Vale recordar lo que señalara Nelson Mandela en la Cumbre del Mercosur, en Usuahia en 1998: "Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento".
Democracia significa "poder del pueblo", que, en su máxima expresión, sería un sistema político y económico de hombres libres e iguales; no sólo libres e iguales ante la ley, sino en las mismas relaciones socioculturales. La democracia en cuanto concepción del mundo se fortalece en el compromiso y comportamiento de los hombres y, a su vez, estructura a la comunidad imaginada; pues en su idealización y utopía intenta consolidar procesos en que prime la igualdad y la no-arbitrariedad.
En consecuencia, interpelar ciertos conceptos nos obliga a mirar de soslayo lo que sucede y acontece en cada bloque histórico, porque en ese trayecto se disputan los espacios de poder con los antecesores y se pretende suplantar e instalar el propio paradigma. Todo cambio o recambio de las ideas dominantes produce conflictos; sin embargo siempre existen núcleos o ejes que se sostienen, otros, totalmente obsoletos, señalan el agotamiento de modelos que, en definitiva, decantaron en crisis. Bajo tales circunstancias, emergen potencialidades que habían sido postergadas en la lucha de clases, en el ordenamiento piramidal de la sociedad; entonces el reconocimiento y la valoración del otro se hace ampliando el universo de acción de la política, es decir, de la consolidación de la democracia (multiculturalidad, diversidad, reconocimiento de las minorías); uno de los trabajos esenciales será desmontar (o deconstruir) las narrativas hegemónicas que desplazaron y marginaron a lo diferente, arrojándolo a la periferia.
La historia de la humanidad está signada por estas luchas populares. En las condiciones actuales la democracia ha significado un gran paso histórico, pero todavía algunas de sus metas no se han logrado, mucho menos cumplido; pues hay una serie de limitaciones de orden ideológico, político, económico, cultural, técnico, e incluso psicológico, que se deben superar para que puedan ponerse en práctica aquellas instituciones de la democracia participativa. Es necesario hacer diversos esfuerzos al respecto y en esa tarea replantear las discusiones y los proyectos, porque la democracia no es sólo elección sino también participación, es el ámbito en donde prevalece el conjunto, es la realización de la comunidad.
Se sobrevive —o sobrevivimos— en emergencia: los acontecimientos diarios apuntalan sus sedimentos en nuestra conciencia; por eso no es posible realizar lecturas parciales ni cerradas, mucho menos sin anclaje político, ajenas a la densidad del contexto histórico.
Es necesario reconocer, desde el principio, que se "reflexiona" en base a conceptos concebidos como instrumentos de análisis por la cultura dominante occidental. Esta provincia, más allá de los reconocimientos y avances comprobables en la materia que nos convoca (Democracia y Discriminación), todavía tiene deudas con su propio pasado y también con los problemas actuales. Para intentar solucionarlos está la herramienta de la política, y los dirigentes deben aceptar el desafío de la hora.
La violencia contra la "alteridad" es una pesada herencia que obliga a ejercitar la memoria, a mantenerla activa; quizás ahí se pueda identificar la discriminación inaugural —cuando los fundadores de la Patria moderna no aceptaron a los primeros pobladores como iguales—, además del genocidio de los pueblos originarios consumado por la Generación del '80.
Más allá de las peticiones concernientes a la calidad de vida y el respeto de las culturas indígenas, a la deuda insoslayable de la Nación por haberse apropiado de sus territorios a través de una matanza criminal; hoy también es necesario pasar el cepillo a contrapelo para intentar deconstruir las marcas que "permanecen" indicando quién ha sido el vencedor, e impuso a espada y fusil su cosmovisión y ordenamiento del mundo. Toda persona que no consienta una única forma de conocer lo sucedido debe revisitar el pasado, tiene que hacer su propia autocrítica, porque es ahí donde yace el fragmento de la historia (no oficial) que resemantiza el vencedor a su conveniencia y deja de lado y sin alternativas la de los derrotados. Se tendría aquí una discriminación simbólica.
Las políticas económicas del capitalismo tardío menospreciaron, por lo menos en Latinoamérica, la democracia de cada uno de sus pueblos, por eso para lograr ese cometido apeló en la práctica real a las dictaduras. No sólo sometieron a las poblaciones a través de modelos económicos discriminadores, sino que rompieron el desarrollo político de las bases populares. La persecución fue una herramienta efectiva para identificar y aislar a la otredad; desde un primer momento, la pertenencia social, la militancia política, la extracción de clase, se vio refractada en las acciones represivas impulsadas por los gobiernos de facto. Quienes se opusieron a los golpes de estado no sólo defendían y reclamaban por la democracia; sino que denunciaban, a su vez, un sistema perverso fundado sobre la explotación. Es evidente que el poder hegemónico de los '70 inventó la figura sociológica del detenido-desaparecido, e impuso, de esa manera, el miedo y el terror a la ciudadanía, lo que fue clausurando su intervención política; pero la década del '90 agregó otra retórica —cínica y perversa— en términos económicos: la categoría del excluido. Desde su posición dominante no sólo postergó o retaceó la capacidad de asalariarse, sino que en el despliegue de su política financiera además les negó rotundamente a las multitudes subalternas un lugar en la comunidad donde ser y existir.
Esta compleja trama benefició nada más que a la burguesía acomodada o a la elite que detentaba el poder, mientras tanto una parte de los subordinados mantuvo y mantiene —con la plusvalía obtenida de la enajenación de su fuerza de trabajo— el nivel de vida de los dueños del capital; en ese diseño excluyente el resto nunca cuenta, porque se los considera explotables y descartables. Tanto los "perdedores" como los "vencidos" son la causa resultante de la adopción del capitalismo neoliberal en nuestro país y en el mundo.
Vale recordar lo que señalara Nelson Mandela en la Cumbre del Mercosur, en Usuahia en 1998: "Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento".
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