Por Sebastián Etchemendy - Página 12 - 29-09-09
La votación en Diputados de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, de incuestionable carácter progresista y superador del statu quo, mostró un masivo apoyo del centroizquierda en sus diferentes versiones a la iniciativa y alumbró un camino auspicioso. Como pocas veces, la votación mostró una alineación claramente ideológica de los partidos parlamentarios y el resultado fue consecuencia de virtudes de ambas partes: un gobierno proponiendo una ley transformadora que abrió el juego para buscar consenso y un centroizquierda que, a diferencia de instancias como la 125 o en algunos casos la reforma previsional, dejó de lado posturas testimoniales para incidir en la puja de poder real. Como en los orígenes del Frepaso, el centroizquierda atraviesa en estos meses una encrucijada que seguramente incida en el carácter que va a adquirir el espacio a futuro. Convendría, entonces, tener en cuenta algunos elementos esenciales para eludir viejos errores y evitar el neofrepasismo:
1. La apelación moralista como eje de construcción política tiene patas cortas. En el caso del Frepaso, la bandera primordial fue la “corrupción menemista”. Ahora, el purismo moral corre el riesgo de hegemonizar otra vez ciertos espacios de centroizquierda. Se invoca la corrupción del gobierno kirchnerista o se hace hincapié casi exclusivo sobre las multinacionales que depredan los recursos naturales. En esta visión, los malos generalmente son sectores más o menos difusos y lejanos para la clase media porteña, lo que permite bien acomodar conciencias. Es decir, este discurso “progresista” pone el foco en elites políticas impresentables del interior o del conurbano, o en sectores empresarios oscuros (paradigmáticamente “las mineras” o “los empresarios del juego”) antes que en, por ejemplo, el sistema de poder mediático o las patronales agrarias. Esto no quiere decir, obviamente, que hay que aceptar cualquier práctica, ni que haya que dejar de denunciar la corrupción o la minería a cielo abierto. Pero basar la construcción propia en discursos moralizantes y mundos ideales, en lugar de enfatizar pujas de poder más inmediatas, y posibles alianzas para incidir en ella, elude los problemas principales, abre la puerta al sectarismo y desorienta a los cuadros propios al agrandar todo el tiempo la brecha entre promesas y posibles realizaciones.
2. Los aparatos políticos territoriales son necesarios. Cegado por la victoria electoral de 1997 en la provincia de Buenos Aires, desde el Frepaso se apostó casi exclusivamente a una política mediática y “de ciudadanos”. Se relegó la construcción territorial y la militancia, se priorizó el romance con la opinión pública y los equipos de publicidad política. Sin embargo, los aparatos políticos son necesarios para gobernar, especialmente cuando se decide enfrentar a sectores de poder. Los partidos y organizaciones con base territorial están siempre, la luna de miel con la opinión pública y los medios va y viene. Crucialmente, la construcción territorial muchas veces entraña servicios y beneficios a los miembros del territorio o comunidad, que la derecha se apura a calificar de “clientelismo”. Sin embargo, es obvio que ese tipo de prácticas son vitales para mantener redes de apoyo por fuera de los circuitos de la política financiados por el establishment. Las elecciones de 1997 y las de junio último demuestran que los aparatos políticos solos no ganan elecciones. No obstante, gobernar sin organización territorial, especialmente cuando se tienen diferencias con sectores del poder económico, es ilusorio.
3. No hay proyecto progresista sin organización popular. Si se construye un armado progresista, pero no hay puentes con la CTA, con los sectores más combativos de la CGT, o con movimientos territoriales de desocupados, comunitarios, etc., pues es una señal de que algo anda mal. Frecuentemente se olvida que la CTA y la FTV orbitaron, allá lejos y hace tiempo, en torno del Frepaso, y que fueron de algún modo ninguneados por éste aun antes de que los imperativos de la emergencia económica dificultaran cualquier estrategia.
4. Hoy la búsqueda de aliados en el espacio nacional, popular y progresista empieza en el peronismo, puede seguir en el PS y es probablemente fútil en el radicalismo. A diferencia de los ’90, la formación de un espacio de centroizquierda debe buscar confluir con los sectores del peronismo que sostuvieron las políticas de estos años. El socialismo, por su parte, está librando la batalla por su alma: decide en estas épocas si va a ser un partido de alternativa para las corporaciones agrarias o va a tener algún rasgo que lo identifique con su nombre. En el radicalismo actual, en cambio, poco o nada parece quedar del alfonsinismo y las corrientes más progresistas o socialdemócratas que habitaron el partido en los ’80 y principios de los ’90.
5. Los problemas políticos fundamentales no se resuelven con recetas “técnicas” que alumbran políticas “óptimas”. Finalmente, hay una tendencia en sectores pretendidamente progresistas a despolitizar la política pública. Según esta visión, el problema de nuestros países es simplemente que no se deja actuar a las instituciones, que interfiere la corrupción y se eluden las soluciones “óptimas” y técnicas frente a problemas como la pobreza. Naturalmente, este fenómeno que traduce la política en operaciones de ONG termina siendo en los hechos un paraguas tradicional para iniciativas de centroderecha variopintas. Sin embargo, se ha hecho demasiado eco en sectores que (alguna vez) fueron progresistas. Las soluciones técnicas importan, y hay obviamente políticas públicas mejores que otras para ciertos fines. No obstante, si olvidamos que la política es ante todo relaciones de fuerza, y que ninguna transformación es duradera si no está apoyada en cierta constelación de fuerza populares organizadas de índole partidaria, sindical, comunitaria o barrial, esas soluciones técnicas serán simple maquillaje. De nuevo, la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual da una pauta del camino a seguir: una propuesta progresista de contenidos técnicos complejos apoyada en una constelación de activismo comunitario y cultural importante.
Se abre una nueva etapa en la que la experiencia del centroizquierda en el posmenemismo no puede ser en vano. Una izquierda democrática que eluda la simple apelación moralista, que apueste por los aparatos políticos territoriales y la militancia, que se engarce con organizaciones populares, que busque confluir tanto con la CTA como con sectores de la CGT, que apueste a alianzas con sectores nacional-populares del peronismo, y que eluda los cantos de sirena de la “tecnocracia social” habrá dado un paso importante para no repetir errores del pasado.
1. La apelación moralista como eje de construcción política tiene patas cortas. En el caso del Frepaso, la bandera primordial fue la “corrupción menemista”. Ahora, el purismo moral corre el riesgo de hegemonizar otra vez ciertos espacios de centroizquierda. Se invoca la corrupción del gobierno kirchnerista o se hace hincapié casi exclusivo sobre las multinacionales que depredan los recursos naturales. En esta visión, los malos generalmente son sectores más o menos difusos y lejanos para la clase media porteña, lo que permite bien acomodar conciencias. Es decir, este discurso “progresista” pone el foco en elites políticas impresentables del interior o del conurbano, o en sectores empresarios oscuros (paradigmáticamente “las mineras” o “los empresarios del juego”) antes que en, por ejemplo, el sistema de poder mediático o las patronales agrarias. Esto no quiere decir, obviamente, que hay que aceptar cualquier práctica, ni que haya que dejar de denunciar la corrupción o la minería a cielo abierto. Pero basar la construcción propia en discursos moralizantes y mundos ideales, en lugar de enfatizar pujas de poder más inmediatas, y posibles alianzas para incidir en ella, elude los problemas principales, abre la puerta al sectarismo y desorienta a los cuadros propios al agrandar todo el tiempo la brecha entre promesas y posibles realizaciones.
2. Los aparatos políticos territoriales son necesarios. Cegado por la victoria electoral de 1997 en la provincia de Buenos Aires, desde el Frepaso se apostó casi exclusivamente a una política mediática y “de ciudadanos”. Se relegó la construcción territorial y la militancia, se priorizó el romance con la opinión pública y los equipos de publicidad política. Sin embargo, los aparatos políticos son necesarios para gobernar, especialmente cuando se decide enfrentar a sectores de poder. Los partidos y organizaciones con base territorial están siempre, la luna de miel con la opinión pública y los medios va y viene. Crucialmente, la construcción territorial muchas veces entraña servicios y beneficios a los miembros del territorio o comunidad, que la derecha se apura a calificar de “clientelismo”. Sin embargo, es obvio que ese tipo de prácticas son vitales para mantener redes de apoyo por fuera de los circuitos de la política financiados por el establishment. Las elecciones de 1997 y las de junio último demuestran que los aparatos políticos solos no ganan elecciones. No obstante, gobernar sin organización territorial, especialmente cuando se tienen diferencias con sectores del poder económico, es ilusorio.
3. No hay proyecto progresista sin organización popular. Si se construye un armado progresista, pero no hay puentes con la CTA, con los sectores más combativos de la CGT, o con movimientos territoriales de desocupados, comunitarios, etc., pues es una señal de que algo anda mal. Frecuentemente se olvida que la CTA y la FTV orbitaron, allá lejos y hace tiempo, en torno del Frepaso, y que fueron de algún modo ninguneados por éste aun antes de que los imperativos de la emergencia económica dificultaran cualquier estrategia.
4. Hoy la búsqueda de aliados en el espacio nacional, popular y progresista empieza en el peronismo, puede seguir en el PS y es probablemente fútil en el radicalismo. A diferencia de los ’90, la formación de un espacio de centroizquierda debe buscar confluir con los sectores del peronismo que sostuvieron las políticas de estos años. El socialismo, por su parte, está librando la batalla por su alma: decide en estas épocas si va a ser un partido de alternativa para las corporaciones agrarias o va a tener algún rasgo que lo identifique con su nombre. En el radicalismo actual, en cambio, poco o nada parece quedar del alfonsinismo y las corrientes más progresistas o socialdemócratas que habitaron el partido en los ’80 y principios de los ’90.
5. Los problemas políticos fundamentales no se resuelven con recetas “técnicas” que alumbran políticas “óptimas”. Finalmente, hay una tendencia en sectores pretendidamente progresistas a despolitizar la política pública. Según esta visión, el problema de nuestros países es simplemente que no se deja actuar a las instituciones, que interfiere la corrupción y se eluden las soluciones “óptimas” y técnicas frente a problemas como la pobreza. Naturalmente, este fenómeno que traduce la política en operaciones de ONG termina siendo en los hechos un paraguas tradicional para iniciativas de centroderecha variopintas. Sin embargo, se ha hecho demasiado eco en sectores que (alguna vez) fueron progresistas. Las soluciones técnicas importan, y hay obviamente políticas públicas mejores que otras para ciertos fines. No obstante, si olvidamos que la política es ante todo relaciones de fuerza, y que ninguna transformación es duradera si no está apoyada en cierta constelación de fuerza populares organizadas de índole partidaria, sindical, comunitaria o barrial, esas soluciones técnicas serán simple maquillaje. De nuevo, la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual da una pauta del camino a seguir: una propuesta progresista de contenidos técnicos complejos apoyada en una constelación de activismo comunitario y cultural importante.
Se abre una nueva etapa en la que la experiencia del centroizquierda en el posmenemismo no puede ser en vano. Una izquierda democrática que eluda la simple apelación moralista, que apueste por los aparatos políticos territoriales y la militancia, que se engarce con organizaciones populares, que busque confluir tanto con la CTA como con sectores de la CGT, que apueste a alianzas con sectores nacional-populares del peronismo, y que eluda los cantos de sirena de la “tecnocracia social” habrá dado un paso importante para no repetir errores del pasado.
* Politólogo, profesor de la Universidad Torcuato Di Tella
3 comentarios:
Vivan las propuestas realmente progresistas y centroizquierdistas.
Yo soy de los que creen que desde el Parlamento SÍ se puede ir erosionando el statu quo en favor de políticas sociales , de integración , democratización e igualdad.
Que el stablishment hace todo lo posible porque eso ocurra ? Seguro, pero nada es imposible.
Viva el wellfare state
Pd. Visiten Diario 2011 :D
Quise poner " Que el stablishment hace todo lo posible porque eso NO ocurra ? Seguro, pero nada es imposible.
PD 2. Recién acabo de leer toda la publicación completa y la verdad es que es excelente.
Yo no soy kirchnerista, ya que considero al gobierno en realidad de CENTRO y no de CENTROIZQUIERDA. Me encantan Pino Solanas y Sabbatella, pero la verdad es que si sale ésta Ley me costará recordar una acción parlamentaria tan progresista como la que propone el proyecto.
Si el gobierno impulsase impuestos a la renta financiera, retenciones a la minería, que el IVA no se aplique a todos los alimentos sin discriminar si son consumidos por sectores medios altos o medios bajos y volviera a impulsar un sistema ferroviario federal e integrador, entre otras cosas, quizás sí lo consideraría de centroizquierda (más allá de que ha hecho algunas cosas con tal tinte político)
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