Por Claudio Díaz - Revista ZOOM
Superada la etapa en la que los poderes económicos mundiales avasallaban a los países a través de la vía militar, el sistema de dominación tiene hoy en los diarios y la televisión, en la radio y los canales de noticias, a sus nuevas fuerzas de ocupación.
El Grupo Clarín es uno de los brazos ejecutores de este nuevo método de control, la llamada Mediocracia, que hace de la manipulación informativa y la difamación de sectores políticos, sindicales y sociales su práctica cotidiana.
Se ha dicho que una cosa es vencer y otra, muy distinta, convencer. Que es lo que el liberalismo jamás ha logrado en los 200 años de historia argentina. Por eso, abandonada momentáneamente la práctica de hacerle la guerra al país (la guerra de alta intensidad, habría que decir), la elite dominante mundial hoy apuesta a un proyecto que quizá le lleve más trabajo pero que a la vez puede resultarle más efectivo. La gran prensa es el arma elegida para llevarlo adelante.
El Imperio Mundial todavía puede relajarse porque nos domina económica y tecnológicamente. Pero sabe que eso no se consigue por gracia divina; que los números que le cierran y la acumulación del conocimiento que ostenta son reservas fabulosas para seguir haciendo el mal, pero perfectamente evanescentes o transferibles. Por lo tanto, para perpetuarse en el tiempo, necesita crear una "nueva cultura", con otros valores y con otra moral. Ahí estarán los medios, dispuestos a hacer el trabajo.
Cada día nos invade la sensación de vivir en un mundo en el que no se permite a la gente pensar, ni mucho menos decir lo que piensa. Estamos autorizados tan sólo para informarnos, recibiendo la información que previa y deliberadamente nos han hecho llegar. Nos impiden que esa información, esos datos suministrados, podamos convertirlos en conocimiento. Se nos prohíbe que transformemos la cantidad (información, datos, noticias) en calidad (conocimiento, saber, cultura).
A mantener este actual estado de coacción cultural contribuye, sobremanera, la desproporción tan brutal que existe mundialmente en la posesión de los medios de comunicación y en el control de la información. La libre circulación de "lo que pasa" resulta imposible y hasta inimaginable. La imposición del pensamiento único por los países ricos a través de sus altavoces mediáticos determina la concepción de un único mundo posible, con un único sistema económico viable y con un unificado concepto de modernidad, desarrollo y progreso. En definitiva, la información, en contra de una genuina libertad de expresión, genera dogmas que se resumen en el simple "lo que no está en los medios, tal y como los medios lo publican y lo interpretan, no está en el mundo".
La información se convierte así en fuente de intolerancia, de intransigencia. Con el pensamiento único se anula el pluralismo. Por eso los jerarcas del discurso dominante no son comprensivos ni tolerantes con el disidente. Se le puede permitir su mera existencia, aunque se le impide manifestar su opinión diversa y diferente. Es que son los dueños de la riqueza pero además de las palabras…
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