(SDM) Los relatos que sostienen al discurso social están alimentados por los microrelatos que conforman la realidad (o realidades).
Señalar que los medios muestran la realidad es una craso error, porque es imposible, es decir, trasponer (en su totalidad) la realidad a determinado soporte más que un absurdo es una entelequia; en todo caso sería necesario una transmisión en directo, de forma constante, sin cortes ni intermediarios, para que, de alguna manera, en ese flujo ininterrumpido se vea o perciba la realidad. Pero no es en definitiva la misma realidad, porque ya carga con la impronta de una construcción y reconstrucción, pues tuvo una adaptación, un guión, una estética, en consecuencia hay una premeditada mediación de quien la está socializando.
Por lo tanto, entra en crisis lo real, por lo menos su idea, por más que busquemos salidas supletorias, porque más allá de lo que es o representa o refiere, quién tome, seleccione y recorte algo de ese real (de esas realidades) está haciendo una lectura y, a su vez, una traducción, matizándola en dicha dialéctica con sus aditamentos personales y sociales. En fin, volcará sobre ese real cierta poética, cierta cosmovisión del mundo, con su retórica y dinámica propia, haciendo palpable en la superficie de las cosas y los significantes una ideología. En definitiva, ese entramado se encontrará sujeto a intereses, que pueden ser sociales, políticos o económicos.
Y ahí emerge el paradigma en discusión de estos días, paradigma que se desplazó del campo deportivo a la coyuntura política, al centro mismo en donde opera el poder, y es, además, el lugar en que se legitiman -o deslegitiman- los discursos a través de la lucha agonística en la utilización del lenguaje. En el campo de batalla se hizo presente el universo maradoniano.
Para intentar ser parte de la compulsa, de interactuar con las otras voces que han opinado a favor y en contra de lo declarado por Diego Maradona en la conferencia de prensa cuando finalizó el partido contra Uruguay, es imprescindible hacer pie en lo real; y acá se debe pensar en la desmedida “pasión de lo real” del siglo XX, atisbada por Alain Badiou, para quien lo real, en sentido lacaniano, es aquello que “fractura” la realidad para poner las cosas en su lugar.
Maradona se hizo eco de ese intersticio, se apropió de las metodologías descalificadoras de los periodistas berretas, atacó esa histórica patología, enrostrándoles que responden al mandato de los monopolios mediáticos, y desde su toma de posición les devolvió la afrenta con la misma medicina.
Señalar que los medios muestran la realidad es una craso error, porque es imposible, es decir, trasponer (en su totalidad) la realidad a determinado soporte más que un absurdo es una entelequia; en todo caso sería necesario una transmisión en directo, de forma constante, sin cortes ni intermediarios, para que, de alguna manera, en ese flujo ininterrumpido se vea o perciba la realidad. Pero no es en definitiva la misma realidad, porque ya carga con la impronta de una construcción y reconstrucción, pues tuvo una adaptación, un guión, una estética, en consecuencia hay una premeditada mediación de quien la está socializando.
Por lo tanto, entra en crisis lo real, por lo menos su idea, por más que busquemos salidas supletorias, porque más allá de lo que es o representa o refiere, quién tome, seleccione y recorte algo de ese real (de esas realidades) está haciendo una lectura y, a su vez, una traducción, matizándola en dicha dialéctica con sus aditamentos personales y sociales. En fin, volcará sobre ese real cierta poética, cierta cosmovisión del mundo, con su retórica y dinámica propia, haciendo palpable en la superficie de las cosas y los significantes una ideología. En definitiva, ese entramado se encontrará sujeto a intereses, que pueden ser sociales, políticos o económicos.
Y ahí emerge el paradigma en discusión de estos días, paradigma que se desplazó del campo deportivo a la coyuntura política, al centro mismo en donde opera el poder, y es, además, el lugar en que se legitiman -o deslegitiman- los discursos a través de la lucha agonística en la utilización del lenguaje. En el campo de batalla se hizo presente el universo maradoniano.
Para intentar ser parte de la compulsa, de interactuar con las otras voces que han opinado a favor y en contra de lo declarado por Diego Maradona en la conferencia de prensa cuando finalizó el partido contra Uruguay, es imprescindible hacer pie en lo real; y acá se debe pensar en la desmedida “pasión de lo real” del siglo XX, atisbada por Alain Badiou, para quien lo real, en sentido lacaniano, es aquello que “fractura” la realidad para poner las cosas en su lugar.
Maradona se hizo eco de ese intersticio, se apropió de las metodologías descalificadoras de los periodistas berretas, atacó esa histórica patología, enrostrándoles que responden al mandato de los monopolios mediáticos, y desde su toma de posición les devolvió la afrenta con la misma medicina.
“El Diego” en postura contestataria enfrentó al discurso normativo hegemónico que ha venido construyendo los relatos desde la dictadura, el relato que mejor le viene a las corporaciones económicas, y si se escarba un poco en el resultado, en lo que dice el pueblo, se puede afirmar que lo hizo estallar por los aires…
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