Los abajo firmantes nos dirigimos a usted porque sabemos que hoy nuestro Poder Legislativo reflexiona sobre un tema que es, para nosotros, trabajadores de la industria audiovisual, de importancia vital: el proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Argentina posee hoy una inmensa cantidad de productores de contenidos, inmensa en cantidad y calidad. Nuestra creatividad y el alto nivel de especialización técnica son reconocidos en el mundo entero. Nuestras escuelas de cine forman hoy a 14 mil alumnos. Esta industria audiovisual genera hoy cerca de 50 mil puestos de trabajo anuales, con la producción de un promedio de 60 largometrajes de ficción, 40 documentales y un sinnúmero de cortometrajes, a los que debemos agregar los servicios de producción, la publicidad y las ficciones para TV.
Los trabajadores de las industrias audiovisuales expresan y generan cultura nacional, relatan nuestros triunfos, nuestras miserias, nuestros sueños y deseos, generan productos y talentos de exportación.
Los avances tecnológicos utilizados por la enorme mayoría de la población han convertido a las industrias culturales y de la comunicación en uno de los sectores económicos más estratégicos y dinámicos en materia de inversiones de capital, y en el de mayor crecimiento relativo de empleo.
Hoy, las pantallas se han convertido en protagonistas de nuestras vidas, todos pasamos más horas frente a algún tipo de pantalla que frente a nuestros seres queridos. Los individuos consumen hoy cultura más que cualquier otro producto. Es a través de estas pantallas que se expresa y se dinamiza el imaginario colectivo de las sociedades.
Y sin embargo nuestros ciudadanos no tienen en sus pantallas lugar para su propia historia, sus propios héroes, sus pensadores, sus artistas, sus científicos. Lo que no está en la televisión, no existe. Si la televisión no lo confirma, no es cierto. Es tan monumental la selección restrictiva de contenidos que aplica esta suerte de libertad de mercado, que nuestras propias imágenes no son proyectadas en nuestros espacios audiovisuales.
Hoy existe una clara diferencia entre los países que son capaces de generar sus propias imágenes y distribuirlas y exhibirlas, y los que se encuentran condenados a ver el mundo como otros lo imaginan.
Los primeros desarrollan sus industrias audiovisuales y a través de ellas difunden sus culturas y la interacción de éstas con el resto. Los segundos están irremediablemente destinados a un proceso de aculturización que los conduce a convertirse en usuarios de culturas y productos ajenos, y con ello al desdibujamiento de su identidad y la destrucción de su industria nacional.
En Europa se dio un extenso debate que llamaron “Directivas para una televisión sin fronteras” y que ha sido, por su profundidad y excelencia, orientador de las políticas públicas en la regulación del mercado en los países occidentales e inspirador de muchas de las normas que hoy están plasmadas en este proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Fue un debate para defender la existencia de la lengua, la historia y la expresión de los pueblos en el concierto general de la comunicación audiovisual.
El resultado de este debate permitió establecer que el Estado debe fijar cuotas de pantalla, de facturación y de proporcionalidad de emisión, que garanticen la difusión sonora y audiovisual de contenidos de producción local, nacional y propia. Y debe reglamentar específicamente la obligación de inversión de los medios de difusión en producción audiovisual, así como la compra de derechos de antena de películas nacionales en etapa de preproducción.
Nuestro espacio audiovisual está hoy devastado por las prácticas que se extienden en esta falsa libertad de mercado y por la ausencia del Estado en su regulación. Es un espacio donde casi no tienen cabida nuestras películas y nuestras expresiones audiovisuales. Y esto es lo mismo que decir que no tienen cabida nuestra cultura y nuestra historia.
Es por todo esto que hemos trabajado en el proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual ya aprobado por la Cámara de Diputados de la Nación, y ofrecemos todo nuestro apoyo para que la Cámara de Senadores lo sancione favorablemente.
Estimado/a senador/a, en usted está la decisión de que sigamos pudiendo ver nuestras propias imágenes y de que nuestros hijos sepan, a través de ellas, quiénes fuimos, quiénes somos y qué país y qué mundo soñamos.
Argentina posee hoy una inmensa cantidad de productores de contenidos, inmensa en cantidad y calidad. Nuestra creatividad y el alto nivel de especialización técnica son reconocidos en el mundo entero. Nuestras escuelas de cine forman hoy a 14 mil alumnos. Esta industria audiovisual genera hoy cerca de 50 mil puestos de trabajo anuales, con la producción de un promedio de 60 largometrajes de ficción, 40 documentales y un sinnúmero de cortometrajes, a los que debemos agregar los servicios de producción, la publicidad y las ficciones para TV.
Los trabajadores de las industrias audiovisuales expresan y generan cultura nacional, relatan nuestros triunfos, nuestras miserias, nuestros sueños y deseos, generan productos y talentos de exportación.
Los avances tecnológicos utilizados por la enorme mayoría de la población han convertido a las industrias culturales y de la comunicación en uno de los sectores económicos más estratégicos y dinámicos en materia de inversiones de capital, y en el de mayor crecimiento relativo de empleo.
Hoy, las pantallas se han convertido en protagonistas de nuestras vidas, todos pasamos más horas frente a algún tipo de pantalla que frente a nuestros seres queridos. Los individuos consumen hoy cultura más que cualquier otro producto. Es a través de estas pantallas que se expresa y se dinamiza el imaginario colectivo de las sociedades.
Y sin embargo nuestros ciudadanos no tienen en sus pantallas lugar para su propia historia, sus propios héroes, sus pensadores, sus artistas, sus científicos. Lo que no está en la televisión, no existe. Si la televisión no lo confirma, no es cierto. Es tan monumental la selección restrictiva de contenidos que aplica esta suerte de libertad de mercado, que nuestras propias imágenes no son proyectadas en nuestros espacios audiovisuales.
Hoy existe una clara diferencia entre los países que son capaces de generar sus propias imágenes y distribuirlas y exhibirlas, y los que se encuentran condenados a ver el mundo como otros lo imaginan.
Los primeros desarrollan sus industrias audiovisuales y a través de ellas difunden sus culturas y la interacción de éstas con el resto. Los segundos están irremediablemente destinados a un proceso de aculturización que los conduce a convertirse en usuarios de culturas y productos ajenos, y con ello al desdibujamiento de su identidad y la destrucción de su industria nacional.
En Europa se dio un extenso debate que llamaron “Directivas para una televisión sin fronteras” y que ha sido, por su profundidad y excelencia, orientador de las políticas públicas en la regulación del mercado en los países occidentales e inspirador de muchas de las normas que hoy están plasmadas en este proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Fue un debate para defender la existencia de la lengua, la historia y la expresión de los pueblos en el concierto general de la comunicación audiovisual.
El resultado de este debate permitió establecer que el Estado debe fijar cuotas de pantalla, de facturación y de proporcionalidad de emisión, que garanticen la difusión sonora y audiovisual de contenidos de producción local, nacional y propia. Y debe reglamentar específicamente la obligación de inversión de los medios de difusión en producción audiovisual, así como la compra de derechos de antena de películas nacionales en etapa de preproducción.
Nuestro espacio audiovisual está hoy devastado por las prácticas que se extienden en esta falsa libertad de mercado y por la ausencia del Estado en su regulación. Es un espacio donde casi no tienen cabida nuestras películas y nuestras expresiones audiovisuales. Y esto es lo mismo que decir que no tienen cabida nuestra cultura y nuestra historia.
Es por todo esto que hemos trabajado en el proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual ya aprobado por la Cámara de Diputados de la Nación, y ofrecemos todo nuestro apoyo para que la Cámara de Senadores lo sancione favorablemente.
Estimado/a senador/a, en usted está la decisión de que sigamos pudiendo ver nuestras propias imágenes y de que nuestros hijos sepan, a través de ellas, quiénes fuimos, quiénes somos y qué país y qué mundo soñamos.
* Por Liliana Mazure, Leonardo Favio, Adolfo Aristarain, Luis Puenzo, Andrea Del Boca, Natalia Oreiro, Federico Luppi, Víctor Hugo Morales, Tristán Bauer, Soledad Villamil, Lola Berthet, Patricio Contreras, Roberto Carnaghi, Fernando Spiner, Daniel Burman, Adriana Varela, Ana María Picchio, Carolina Silvestre, Lita Stantic, Pablo Rovito, Roberto “Tito” Cossa, David Blaustein, Carlos Gallettini, Mimí Ardú, Marcelo Piñeyro, Osvaldo Santoro, Jean Pierre Noher, Julio Raffo, Lito Cruz, Juan Palomino, Lorenzo Quinteros, Marcelo Schapces, Ricardo Wullicher, Lucrecia Cardoso, Carmen Guarini, Diego Dubcovsky, Hernán Musaluppi, Bernardo Bergeret, Teresa Constantini, Rómulo Pullol, David Lipszyck, Javier Torre, Carlos Piwowarski, Luis A. Sartor, Juan Villegas, Rodolfo Hermida, Julio Ludueña, César D’Angiolillo, Santiago Oves, Marcelo Altmark, Sabrina Farji, Miguel Mato, Rosanna Manfredi, Raúl Seguí, María Elda Pincolini, Eva Piwowarski, Verónica Cura, Virginia Pstyga, Pablo Fendrik, Sergio Zóttola, Juan Pablo Gugliotta, Alberto M. Lecchi, Horacio Maldonado, Rolando Oreiro, Vanessa Ragone, Marcelo Céspedes y siguen las firmas.
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