Por Carlos Heller - Página 12 - 02-10-09
A partir de la publicación del índice de pobreza del Indec, se ha generado una discusión entre el Gobierno y la oposición sobre los niveles de pobreza de la sociedad argentina. Y creo que es una discusión errada, más allá de la necesidad de tener estadísticas confiables para medir la pobreza. La discusión debe poner el acento en la indignante concentración de la riqueza, que podríamos definirla como una verdadera fábrica de pobres. En el primer semestre de 2009, punto más fuerte de la crisis, las empresas que cotizan en la Bolsa de Buenos Aires distribuyeron dividendos de nivel similar a los repartidos en igual período del 2007, año de bonanza. Los dividendos de empresas extranjeras enviados al exterior no dejan de crecer, los envíos más importantes se produjeron en el cuarto trimestre de 2008 (U$S 1423 millones) y en el segundo de 2009 (U$S 1029 millones).
Por eso la única forma de erradicar la pobreza, porque ello es lo que nos debe preocupar, es mejorando significativamente la distribución del ingreso.
Se equivoca el Gobierno cuando se encierra en una discusión de índices y critica a la oposición sintiendo que se carga contra las políticas públicas queriendo aumentar el índice. Desvía la oposición la discusión del tema central, que es la distribución del ingreso, cuando critica la elevada cifra e intenta paliar la situación con acciones parciales como el ingreso ciudadano. Este es un primer paso, rápido y eficiente, pero tiene la característica de cargar toda la responsabilidad al Gobierno y al erario. Como bien lo explicó la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, si se decidiera otorgar 135 pesos a todos los menores de 18 años, se necesitarían 6900 millones de pesos anuales adicionales a los 10.000 millones que ya se gastan. Pero si se decidiera otorgar 250 pesos, una cifra con mayor impacto para reducir la pobreza, estaríamos en el orden de los 15.600 millones de pesos adicionales, más del doble de lo que se gasta actualmente, y ello necesita recursos.
Sigo sosteniendo que el ingreso mínimo para todos los menores en situación de pobreza es indispensable, pero es sólo una situación transitoria. Para erradicar la pobreza, hay que reducir la injusta concentración de la riqueza, con impuestos que graven con mayor eficiencia e intensidad a las grandes ganancias.
Pero cómo vamos a eliminar la pobreza si la AEA sostiene no sólo el derecho a la propiedad, sino además la intangibilidad de las ganancias.
Y esto es lo que se está discutiendo en el caso Terrabusi-Kraft, la intangibilidad de la ganancia de una empresa norteamericana, a costa de una notable racionalización y flexibilización de personal. Este sistema implementado como norma habitual en las distintas ramas de la producción es la verdadera fábrica de pobres.
Porque la más importante distribución del ingreso es la que surge entre la porción del valor agregado que se dedica a salarios respecto de la que se dedica a ganancias.
Después viene la política fiscal para corregir aquellas situaciones que la distribución funcional no puede resolver, para aquellos que están fuera del mercado de trabajo. Pero hoy tenemos una gran proporción de pobres dentro de los trabajadores, una situación que era desconocida en Argentina, hasta que se instaló con sangre y fuego la doctrina neoliberal, intensificada luego en la década menemista, con la desregulación del Estado y la flexibilización laboral, temas en los cuales, si bien se mejoró algo, aún persiste lo esencial. La flexibilización implica trabajo de mala calidad, mal remunerado, fácil de despedir, y lleva a la familia directamente a caer en la pobreza.
América latina es el continente que posee la más injusta distribución de la riqueza, y de ello son en gran parte responsables las políticas fiscalistas del FMI que basaron la recaudación en impuestos como el IVA, altamente inequitativos, reduciendo la progresiva tributación del impuesto a las ganancias. En nuestro país, especialmente, hay una serie de exenciones sobre la renta financiera que no existen en otros países. Según el Presupuesto 2010, este año se dejarán de percibir 2940 millones de pesos por la exención a los títulos públicos, 990 millones por intereses de plazos fijos y obligaciones negociables, mientras que no existe número para calcular la exención a las ganancias provenientes de la compra-venta de acciones y títulos valores.
Para una mejor distribución del ingreso, se requiere una gran reforma impositiva que instale una estructura tributaria altamente progresiva. Este cambio es el que frenan los fabricantes de pobreza, porque reduciría sus márgenes de beneficio, y sólo proponen combatir la pobreza con ayudas sociales. Y cabe agregar, además, que cuando el Estado apela a gravar rentas extraordinarias para sostener la ayuda social también se oponen frontalmente. Los diarios del jueves mostraron que en una actividad organizada por la Escuela de Posgrado Epoca, que preside el ex ministro menemista Roberto Dromi, y las universidades del Salvador y Carlos III, de Madrid, se criticó duramente al Gobierno por el tema de la pobreza. El principal disertante fue el cardenal Jorge Bergoglio, y entre los asistentes se encontraban el diputado Francisco de Narváez, la senadora Chiche Duhalde, el ex ministro Roque Fernández y varios empresarios de alta gama. Habría que preguntarles a muchos de los presentes qué hicieron y opinaron ellos cuando se gestó el desastre de los noventa, que endeudó al país por hasta el 113 por ciento del PIB, y pagaba el 8 por ciento del PIB anual por intereses, cuando hoy se paga cerca del 2; que generó una salida de divisas por cuenta corriente de 75.000 millones entre 1994 y 2001 y llevó a tasas de desocupación del 21,5 por ciento. Pareciera que la vieja y la nueva derecha intentan retomar protagonismo con la agenda de la pobreza, aliándose con los factores de poder económico, para volver al injusto modelo del “derrame”. Y también cabría reflexionar que cuando estos protagonistas centrales de la época del mayor desquicio económico argentino reclaman seguridad jurídica se refieren a aquella misma que ellos proveyeron en beneficio de los grandes grupos concentrados de la economía y que fue, sin duda, el andamiaje generador de la pobreza por la cual hoy se rasgan las vestiduras.
Sin una transformación profunda en el modelo de distribución de la renta, reducir significativamente la pobreza será imposible. El discurso que los poderosos hacen de la pobreza es un recurso cínico que enmascara su principal responsabilidad y además confunde a la opinión pública sobre la verdadera génesis de la pobreza y los auténticos caminos para eliminarla. Y digo eliminarla, no sólo atenuarla con paliativos caritativos o asistenciales. Como digo siempre, para mí el único índice de pobreza tolerable es cero.
Como corolario y ante las declaraciones difundidas sostenidamente que la pobreza es un escándalo, yo digo que la pobreza es una tragedia, y que el verdadero escándalo es la perversa distribución de la riqueza.
Por eso la única forma de erradicar la pobreza, porque ello es lo que nos debe preocupar, es mejorando significativamente la distribución del ingreso.
Se equivoca el Gobierno cuando se encierra en una discusión de índices y critica a la oposición sintiendo que se carga contra las políticas públicas queriendo aumentar el índice. Desvía la oposición la discusión del tema central, que es la distribución del ingreso, cuando critica la elevada cifra e intenta paliar la situación con acciones parciales como el ingreso ciudadano. Este es un primer paso, rápido y eficiente, pero tiene la característica de cargar toda la responsabilidad al Gobierno y al erario. Como bien lo explicó la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, si se decidiera otorgar 135 pesos a todos los menores de 18 años, se necesitarían 6900 millones de pesos anuales adicionales a los 10.000 millones que ya se gastan. Pero si se decidiera otorgar 250 pesos, una cifra con mayor impacto para reducir la pobreza, estaríamos en el orden de los 15.600 millones de pesos adicionales, más del doble de lo que se gasta actualmente, y ello necesita recursos.
Sigo sosteniendo que el ingreso mínimo para todos los menores en situación de pobreza es indispensable, pero es sólo una situación transitoria. Para erradicar la pobreza, hay que reducir la injusta concentración de la riqueza, con impuestos que graven con mayor eficiencia e intensidad a las grandes ganancias.
Pero cómo vamos a eliminar la pobreza si la AEA sostiene no sólo el derecho a la propiedad, sino además la intangibilidad de las ganancias.
Y esto es lo que se está discutiendo en el caso Terrabusi-Kraft, la intangibilidad de la ganancia de una empresa norteamericana, a costa de una notable racionalización y flexibilización de personal. Este sistema implementado como norma habitual en las distintas ramas de la producción es la verdadera fábrica de pobres.
Porque la más importante distribución del ingreso es la que surge entre la porción del valor agregado que se dedica a salarios respecto de la que se dedica a ganancias.
Después viene la política fiscal para corregir aquellas situaciones que la distribución funcional no puede resolver, para aquellos que están fuera del mercado de trabajo. Pero hoy tenemos una gran proporción de pobres dentro de los trabajadores, una situación que era desconocida en Argentina, hasta que se instaló con sangre y fuego la doctrina neoliberal, intensificada luego en la década menemista, con la desregulación del Estado y la flexibilización laboral, temas en los cuales, si bien se mejoró algo, aún persiste lo esencial. La flexibilización implica trabajo de mala calidad, mal remunerado, fácil de despedir, y lleva a la familia directamente a caer en la pobreza.
América latina es el continente que posee la más injusta distribución de la riqueza, y de ello son en gran parte responsables las políticas fiscalistas del FMI que basaron la recaudación en impuestos como el IVA, altamente inequitativos, reduciendo la progresiva tributación del impuesto a las ganancias. En nuestro país, especialmente, hay una serie de exenciones sobre la renta financiera que no existen en otros países. Según el Presupuesto 2010, este año se dejarán de percibir 2940 millones de pesos por la exención a los títulos públicos, 990 millones por intereses de plazos fijos y obligaciones negociables, mientras que no existe número para calcular la exención a las ganancias provenientes de la compra-venta de acciones y títulos valores.
Para una mejor distribución del ingreso, se requiere una gran reforma impositiva que instale una estructura tributaria altamente progresiva. Este cambio es el que frenan los fabricantes de pobreza, porque reduciría sus márgenes de beneficio, y sólo proponen combatir la pobreza con ayudas sociales. Y cabe agregar, además, que cuando el Estado apela a gravar rentas extraordinarias para sostener la ayuda social también se oponen frontalmente. Los diarios del jueves mostraron que en una actividad organizada por la Escuela de Posgrado Epoca, que preside el ex ministro menemista Roberto Dromi, y las universidades del Salvador y Carlos III, de Madrid, se criticó duramente al Gobierno por el tema de la pobreza. El principal disertante fue el cardenal Jorge Bergoglio, y entre los asistentes se encontraban el diputado Francisco de Narváez, la senadora Chiche Duhalde, el ex ministro Roque Fernández y varios empresarios de alta gama. Habría que preguntarles a muchos de los presentes qué hicieron y opinaron ellos cuando se gestó el desastre de los noventa, que endeudó al país por hasta el 113 por ciento del PIB, y pagaba el 8 por ciento del PIB anual por intereses, cuando hoy se paga cerca del 2; que generó una salida de divisas por cuenta corriente de 75.000 millones entre 1994 y 2001 y llevó a tasas de desocupación del 21,5 por ciento. Pareciera que la vieja y la nueva derecha intentan retomar protagonismo con la agenda de la pobreza, aliándose con los factores de poder económico, para volver al injusto modelo del “derrame”. Y también cabría reflexionar que cuando estos protagonistas centrales de la época del mayor desquicio económico argentino reclaman seguridad jurídica se refieren a aquella misma que ellos proveyeron en beneficio de los grandes grupos concentrados de la economía y que fue, sin duda, el andamiaje generador de la pobreza por la cual hoy se rasgan las vestiduras.
Sin una transformación profunda en el modelo de distribución de la renta, reducir significativamente la pobreza será imposible. El discurso que los poderosos hacen de la pobreza es un recurso cínico que enmascara su principal responsabilidad y además confunde a la opinión pública sobre la verdadera génesis de la pobreza y los auténticos caminos para eliminarla. Y digo eliminarla, no sólo atenuarla con paliativos caritativos o asistenciales. Como digo siempre, para mí el único índice de pobreza tolerable es cero.
Como corolario y ante las declaraciones difundidas sostenidamente que la pobreza es un escándalo, yo digo que la pobreza es una tragedia, y que el verdadero escándalo es la perversa distribución de la riqueza.
* Diputado electo.
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