jueves, 7 de enero de 2010

Los sapos y los límites de la crítica ilustrada

por Dante Palma - Diagonales - 06/01/2010

El horizonte del centroizquierda plantea un dilema bastante trillado a lo largo de nuestra historia: o reconocer responsablemente las medidas progresistas de un oficialismo de tinte justicialista o ser los portavoces de la crítica razonable que horada al Gobierno y sirve en bandeja el poder a unos comensales que siempre están del lado derecho de la mesa.
Adoptar el segundo cuerno del dilema es el más cómodo porque, como lo indica el Teorema de Baglini, es fácil ser revolucionario y señalar con el dedo cuando se está bien lejos del poder. Adoptar el primero es el más difícil, y, sin embargo, desde mi punto de vista, el único que permitirá acercarnos, al menos asintóticamente, a una alternativa progresista capaz de disputar mano a mano una elección en todo el país. Así, ofrecer una opción de Gobierno supone abandonar la crítica ilustrada bienpensante y dejar de lado la pureza de las convicciones para embarrarse en terrenos donde pululan sapos que al besarlos no reproducen príncipes, sino barones bonaerenses.
Dejando de lado la metáfora bestiaria, esta dificultad es la que pareció observar Néstor Kirchner cuando decidió apoderarse del PJ para desde allí entretejer la estrategia de alianzas que daría respaldo al gobierno de su esposa. Me gustaría definir este viraje de Kirchner como el paso de la transversalidad a la gobernabilidad, en el sentido de que aquel intento por construir una alternativa ideológica amplia por fuera del PJ sucumbió ante la necesidad de afincarse en la estructura de un partido que conoce muy bien la verticalidad del poder en la Argentina.
Si la decisión de Kirchner fue acertada es algo que sólo el tiempo podrá responder, aunque la curiosa permanencia de un vicepresidente opositor y las colectoras jánicas que permitían cortar boletas con alicas y alicates parecen ir en contra de ese punto de vista.
Asimismo, el progresismo debe ser lo suficiente moderno como para aceptar que existen determinadas problemáticas que no son "sólo asunto de la derecha". El caso emblemático en este sentido es el de la seguridad y la única manera de evitar que se utilice este flagelo tan propio de las grandes y desiguales ciudades del mundo para incentivar políticas reaccionarias, es dar el debate desde adentro y ofreciendo respuestas también en el corto plazo.
De igual modo, el progresismo no debe obsequiar la bandera de la eficiencia a las grandes corporaciones en tanto prejuicio burgués de propietarios antipatrióticos. Se trata, otra vez, de disputar el sentido de lo eficiente como algo distinto de la reducción drástica e indiscriminada del personal que trabaja para el Estado. Probablemente, buena parte de estos cambios dependerán esencialmente de la forma en que el progresismo y el centroizquierda evalúen el fenómeno del kirchnerismo. En este sentido, el mayor pecado sería no observar que pese a las importantes deficiencias, el kirchnerismo ha creado un piso de nuevos derechos desde el cual cualquier construcción progresista se verá facilitada.
No reconocerle al kirchnerismo la política de derechos humanos, un proceso (perfectible) de industrialización, la recuperación del empleo y los salarios, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la asignación por hijo y el fin de las Afjp sería un acto de irresponsabilidad intelectual y de desconocimiento de la tarea de gobernar que redundaría en la renuncia a una construcción amplia y a una opción de Gobierno alejada de grandes egos, victorias pírricas y rezongos oportunistas.
Filósofo y docente de la Universidad de San Martín

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