por Miguel Solé
Quería en este artículo hablar, recapacitar, en el modelo productivo que busca el crecimiento con equidad, que se viene aplicando sin pausa desde el año 2003, por Néstor y Cristina Kirchner, y entender cómo se puede controlar la inflación para que no lo afecte.
A fines de 2001 pasó lo que todos aún, a diez años, recordamos con pavura. Nadie imaginaba lo que pasaría en 2002 y menos aún que después de la crisis Néstor Kirchner asumiría la presidencia de la Nación e iniciaría un proceso de transformaciones y recuperación de la dignidad nacional que hoy continúa Cristina Fernández.
Las devaluaciones, y sus efectos están en cualquier manual de economía. Son una teoría que supone que al devaluar y disminuir los costos de producción a través de una disminución del costo laboral, aumenta la competitividad de la actividad productiva y eso desata un círculo virtuoso de mayores ventas, mayores ganancias, mayores inversiones, mayores empleos, mejores sueldos (la teoría del spill-over o del derrame). Por supuesto que rara vez se pasa del segundo punto y los más afectados son los que permanentemente dan crédito a la actividad económica, aquellos que trabajan una quincena o un mes para recibir al final un salario que alcanza para mucho menos de lo que alcanzaba al inicio del mes.
Duhalde después de promover la caída del gobierno de la Alianza asume la presidencia de la Nación en 2002 y produjo una perversa innovación en la teoría económica. A principio de 2002 Duhalde-Mendiguren-Remes Lenicov hicieron algo que no estaba en ningún manual y fue el mayor fraude económico financiero de la historia económica moderna a nivel mundial. Combinaron estas cinco medidas:
Devaluación de la moneda, de 1 a 1,4 aunque en pocos días el dólar llegó a casi cuatro pesos y los salarios perdieron un 60% de su poder adquisitivo.
Pesificación asimétrica, la deudas bancarias se mantuvieron uno a uno, beneficiando a los sectores endeudados de la economía, entre ellos el sector agropecuario que pudo cancelar sus deudas en el sistema financiero pagando un tercio de lo que debían y cosechando al triple de lo que les había costado la implantación de sus cultivos.
Apropiación y pesificación de los depósitos; Duhalde no cumplió con el ya famoso “el que depositó dólares recibirá dólares” y los depósitos fueron devueltos en general en pesos devaluados.
Socializaron las reservas. Las reservas que eran de los tenedores de pesos pasaron a ser de un plumazo del Banco Central. No hubo estampida inflacionaria porque sencillamente el mercado interno quedó destruido y los argentinos nos acostumbramos por fuerza a vivir con una moneda sin respaldo.
Continuaron con default de la deuda soberana que en más de un 50% ya estaba en manos de inversores argentinos y de las AFJP
Como terrible resultado entre el 1 de enero de 2002 al 30 de septiembre del mismo año, treinta mil argentinos pasaban cada día a ser pobres, nueve millones de argentinos más en nueve meses pasaron a ser pobres. En septiembre de 2002 más de la mitad de los argentinos era pobre y más de un 25% estaba sin trabajo.
Néstor Kirchner rechazó el insistente ofrecimiento de Duhalde para que fuera Jefe de Gabinete, porque estaba en total desacuerdo con la maniobra que urdieron quienes, ante la necesidad de salir de la convertibilidad, aprovecharon la situación y generaron la mayor transferencia de recursos del trabajo y el ahorro hacia el capital que, además, lo retiró del país (20000 millones dólares en 2001 y otro tanto en 2002).
El 25 de mayo de 2003 asume Néstor Kirchner como presidente de la Nación y toma la primer medida de transformación del modelo, poniendo a la política a cargo de la economía y no al revés como tradicionalmente sucedía.
Poco a poco y sin pausa se inicia un proceso de crecimiento sostenido con inclusión y con equidad. El equilibrio de las cuentas públicas basado en el superavit fiscal y comercial, la política de desendeudamiento, de desarrollo industrial y el crecimiento del mercado interno a través de la incorporación masiva de millones de argentinos excluidos a condiciones de vida más dignas, fueron elementos centrales de la acción económica apoyada en el círculo virtuoso empleo-salarios-ventas-inversión-empleo (totalmente opuesto al promovido por Duhalde en 2002).
El histórico crecimiento de la economía argentina a partir de 2003, a más del 7% promedio, es el más importante de toda nuestra historia y se logró con un aumento simultáneo de la rentabilidad empresarial, de la mano de obra ocupada y el mejoramiento de su poder adquisitivo. Todo lo contrario a los efectos que producen las devaluaciones que provocan un aumento de la rentabilidad empresaria a costa del empleo y la capacidad adquisitiva de los salarios.
Desde 2003 se viene desarrollando el fortalecimiento de las organizaciones gremiales y de las convenciones colectivas de trabajo como mecanismo de resolución inteligente de las condiciones y remuneración de los trabajadores que, apoyados en el crecimiento de la demanda laboral, año a año han logrado recuperar su poder adquisitivo perdido en 2002 y en muchos casos mejorarlo.
Esto inició una puja distributiva que se expresa desde hace por lo menos cinco años en aumentos de los precios, en una inflación que recupera para el capital concentrado parte de lo logrado por las fuerzas del trabajo en las negociaciones colectivas, o transfiere para sí una mayor parte de la inversión social creciente del estado. Porque de eso se trata la inflación, de una transferencia de riqueza de los consumidores a los formadores de precios y siempre perjudica a los más débiles que, como en todos los países del mundo, son la mayoría.
El gobierno manejando la tasa de interés procura incrementar la inversión pública y el crédito privado, para que el aumento de la demanda sea atendido por un incremento de la producción de bienes y no de sus precios. Solo en 2010 el crédito al sector privado se incrementó en casi un 22% y la tasa de inversión en casi un 24%, estimulado por el subsidio de tasas por parte del estado con fondos como el Fondo del Bicentenario que maneja el Ministerio de Industria o de Agricultura, aunque aún sigue siendo muy baja y solamente representa un 10% del PBI.
El Gobierno, que no tiene la culpa de la inflación, si tiene la responsabilidad de tomar medidas para seguir fortaleciendo este exitoso modelo y atacar la inflación que afecta a todos, pero, especialmente, a quienes menos tienen.
Hay muchas cosas por hacer para atacar la inflación sin enfriar la economía o disminuir el gasto público. Una es continuar con la lucha contra la evasión y la formalización de la economía que en casi un 40% sigue siendo “informal”, es decir, que no paga impuestos ni respeta leyes laborales. El jefe de la AFIP comenta asombrado como las grandes empresas no declaran ni pagan impuesto a las ganancias, pero poco a poco la inversión en informatización va cercando a los evasores. Y a medida que mejora la capacidad recaudatoria del Estado se podrá ir modificando la estructura impositiva, promoviendo la inversión y bajando los costos de producción.
Otra es modificar la política de subsidios a los servicios públicos que hoy se paga a las empresas y comenzar a otorgarlos diferenciadamente a los usuarios. Dejaríamos de subsidiar el consumo de servicios públicos de ciudadanos con capacidad de pagarlo. De esta manera mejoraría muchísimo la calidad del gasto público y sin disminuirlo aumentaría su impacto positivo en la actividad productiva.
El último y el más importante, es la movilización social para el control de precios y la defensa de lo logrado, mediante la información y las orientaciones al consumidor, la proliferación de mercados demostrativos de productos y precios no sólo en el Mercado Central sino en todo el país, y el desarrollo de sistemas de información claros y sencillos que permitan el control social de los administradores de los recursos públicos, para que cada día gastemos mejor.
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