La Feria Internacional del Libro siempre ha sido inaugurada con la conferencia de algún escritor argentino. Van con esta edición inminente, 37; y este año los organizadores decidieron invitar al último Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. Y esto fue objetado a través de una carta por el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González; dejando bien en claro que su observación no comprendía la literatura del peruano, sino al alineamiento político y a las posibles declaraciones desentonadas respecto a la Argentina, a sabiendas de lo que viene repitiendo cada vez que tiene la posibilidad, al igual que su hijo Álvaro. No hace mucho tiempo montaron un show para la sociedad espectacular, o sea, para los patrones de la industria cultural transnacional, en Venezuela, aludiendo una persecución.
Varios escritores e intelectuales han acompañado los planteos de Horacio González, incluso la presidenta, Cristina Fernández, le ha pedido que retirara la carta, considerando que las corporaciones informativas sobreactuarían la diatriba, coronándola como otro ataque a la libertad de expresión, a la libre circulación de las ideas. En consecuencia, la reacción no se hizo esperar y la noticia saturó las radios, canales, páginas virtuales y periódicos de los monopolios multimediáticos.
Vargas Llosa es un gran escritor de ficciones y un pésimo opinador en política, tuvo la pretensión ser presidente del Perú y fue derrotado por un don nadie como Fujimori. Es un liberal conservador que avala las políticas más retrógradas que diagrama el Fondo Monetario Internacional y responde sin chistar al perimido Consenso de Washington. Se ha dedicado a demonizar a los gobiernos latinoamericanos, a los que responden al foro de Sao Paulo, sindicados como populistas, izquierdistas, clientelistas, y demás “istas” que se nos ocurran.
Es interesante plantearse cómo se acomoda a conveniencia el debate, si es que lo hay, por lo menos en lo que respecta a los intelectuales de derecha, pues, no han mostrado más luces que la de Marcos Aguinis —que asoció a los niños en un acto en la Casa Rosada con las fuerzas juveniles hitlerianas—; aunque también revisten en ese grupo, Beatriz Sarlo, Santiago Kovadloff, Abel Posse, el ex Ministro de Educación de Mauricio Macri, que asumió y tuvo que demitir de inmediato por el tenor de sus declaraciones y el rechazo que generó su defensa de los genocidas.
La política y la cultura siempre han estado relacionadas, desde los mismos griegos, sus fundadores racionales, sino recordemos qué pasó con el filósofo Sócrates, fue condenado a muerte porque su pensamiento atentaba contra la Polis.
Para la vieja ortodoxia, que ha dominado casi estos 200 años el campo cultural argentino, sólo es aceptable la “opinión” cuando se refrenda su discurso, cuando se le rinde pleitesía y se depende de sus fundamentos de clase, del abolengo, en definitiva, se remite obediencia a la tradición instaurada por sus familias e intereses. Cuando los obreros, los trabajadores, los estudiantes o los dirigentes heterodoxos se manifiestan en términos políticos, sólo son bárbaros y vándalos que violentan las instituciones.
Cualquier refrito o insulto en la boca de sus voceros es palabra legitimada, como los exabruptos de algunos conductores de la “tv basura”; y si existe respuesta o devolución a las imprecaciones de los restauradores se está atropellando o quebrantando la república.
“Todo es política”, sentenció Mangabeira Unger, Ministro de Asuntos Estratégicos del ex presidente Lula da Silva; y eso representa una declaración de principios para incentivar la participación de la ciudadanía, de hacerse cargo de la cosa pública.
Entonces, ese conflicto, ese enfrentamiento entre dos tomas de posición —una liberal y la otra populista— es interesante dentro del contexto del debate constructivo. Esa puesta en escena nos permitiría reflexionar respecto de la coyuntura de los países que padecieron las políticas del neoliberalismo y los que hoy son encaminados por proyectos nacionales y populares y, además, corroborar el estado poético de la política o lo político consustanciado en la poética. Ya que la escritura (como inscripción cultural) actúa siempre a modo de proyección, los discursos refractados han sido los discursos pensados y sentidos entre la gente, la gente del común (el vecino). Sólo la conjunción de factores de lucha y militancia han permitido, a veces, que en el seno de sociedades capitalistas la cultura dejase de transmitir el discurso de las clases dominantes y se pudiese pensar, representar y escribir la historia del estado de emergencia de los vencidos que, ahora, aunque algunos no quieran aceptarlo, están conduciendo los cambios, las grandes transformaciones.
Que hable Vargas Llosa, que diga lo que tenga que decir, el enunciado es conclusivo, después de su actuación todos podemos responderle; pero más que palabras, más que conceptos, lo más contundente para los hipócritas del mercado de valores de la economía concentrada sería “ilustrarlos” con la contundencia de los hechos, de los procesos de liberación, y la nueva realidad de la Patria Grande. JG
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