Entrevista a Marcelo Larraquy
En Marcados a fuego, su nuevo libro, el coautor de Galimberti bucea en la historia argentina y en las formas en que se utilizó la fuerza entre 1890 y 1945.
En Marcados a fuego, su nuevo libro, el coautor de Galimberti bucea en la historia argentina y en las formas en que se utilizó la fuerza entre 1890 y 1945.
Por Emiliano Gullo - Crítica de la Argentina, 19 de mayo de 2009
"La violencia, con su carga trágica, atroz y a la vez heroica, es inherente a la vida política argentina, como tradición del siglo XIX", asegura Marcelo Larraquy. Y para sustentar esa afirmación, el historiador y periodista desmenuza revoluciones y golpes de Estado, insurrecciones y represiones, alianzas y traiciones que caracterizaron la historia nacional de Yrigoyen a Perón, período que analiza en su último libro, Marcados a fuego. La violencia en la historia argentina. El recorrido abordado por Larraquy comienza en 1890, cuando Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen bautizaron con las armas el nacimiento de la UCR, y llega hasta la asunción de Juan Domingo Perón, en 1945. En el trayecto que separa ambos sucesos, la estrategia de la violencia aparecerá una y otra vez como el vector común para dirimir los conflictos de poder.
-Muchos investigadores toman el golpe de Estado de José Uriburu (1930) como el disparador de la violencia en la vida política nacional. ¿Por qué eligió hacer el recorte historiográfico en la Revolución del Parque (1890)?
-Me interesó trabajar el período de 1890 porque el Estado conservador estaba en vías de consolidación y existió una fuerte impugnación del radicalismo, que iniciaba su conformación política. El radicalismo apeló a la violencia en forma constante contra el Régimen. Incluso, en el marco de la Revolución del Parque de ese año, fueron los primeros en bombardear Buenos Aires para dirimir un conflicto político interno. Desde distintas naves que abordaron, dominaron el río de la Plata y lanzaron bombas en el centro y sur del centro porteño. Con los liderazgos de Alem e Yrigoyen, el radicalismo entendía que la política no podía prescindir de la violencia. Lo hacían en busca de una representación política más transparente, que el Régimen les negaba, con un discurso en favor de la República.
-Un discurso muy parecido al de ahora...
-Sí, pero también con el agregado de bombas y fusiles. Los radicales eran una llamarada en la cara del orden conservador. Haciendo una extrapolación histórica –que en Historia no es aconsejable hacer- se puede decir que los radicales de entonces eran mucho más violentos de lo que posteriormente fueron los Montoneros. La UCR fue peor que Montoneros en términos de violencia. Incluso la línea armada de la UCR continuó pasados los años '30.
-Pero el jefe del radicalismo, Marcelo T. de Alvear, no apoyó la insurrección.
-Es que atento, prefería no apoyar estas acciones armadas que emergían de la propia UCR porque luego el gobierno lo apresaría a él. Y además porque decía que si esos radicales tomaban el poder, al primero que al que fusilarían sería a su propio jefe. Eso desalentó ese tipo de acciones.
-Los militares también tuvieron su revolución, pero, como usted dice, incluyó nuevas técnicas represivas.
-Exacto. En 1930, los militares instalaron el primer centro clandestino de detención que torturó a radicales, anarquistas, comunistas y hasta a los propios militares. Y uno de los interrogadores del centro clandestino, además del hijo del poeta Leopoldo Lugones, era el ministro del Interior. Y es por lo menos curioso que, muchos años después, el hijo de ese ministro fue candidato a senador por el peronismo.
-Usted sostiene que la violencia está arraigada en la política argentina. ¿Piensa que continúa vigente la estrategia de la violencia para dirimir intereses políticos?
-Es que durante el siglo XX, luego de la ley Sáenz Peña de 1912, que amplió el sufragio, los sectores de poder de la sociedad argentina, con el acuerdo primero silencioso y luego culposo de sus clases medias, reclamaron la intervención militar para terminar con una crisis política o exigir "orden". Luego se desilusionaron porque la violencia de los militares reprimió incluso a aquellos que festejaron su llegada al poder. Ese círculo se cerró luego del horror de la última dictadura militar.
-La revuelta de 2001 y su represión empujaron la renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa. ¿En este contexto histórico la violencia ejercida desde abajo se encuentra, de alguna manera, legitimada en el descontento de las masas?
-La legitimidad o no de la violencia es una cuestión ideológica. Es natural que cuando una revolución o un alzamiento armado o una insurrección triunfa, luego se legitima desde el Estado. Y cuando fracasa, se condena desde el poder que la frustró. Frente a la exclusión política y social, la violencia fue una manera de desobedecer al poder y lo digo pensando en el radicalismo o el anarquismo. La violencia, con su carga trágica, atroz y a la vez heroica, es inherente a la vida política argentina.
-Del peronismo/antiperonismo de mediados de los 50, se pasó después de 20 años a las disputas dentro del peronismo, materializada en la Masacre de Ezeiza ¿Cree que la nueva antinomia disidentes versus oficialistas dentro del PJ continúan encarando una violencia, pero de manera más simbólica en la lucha de poder?
-Son facciones internas que se conforman cuando el poder central –en este caso del peronismo- empieza a debilitarse. El peronismo tiene una gran capacidad olfativa para detectar hacia dónde puede virar el nuevo poder partidario. A veces ese olfato también huele sangre, pero en esta época, la violencia diría que no es ni siquiera verbal. Perón en el balcón de la casa de gobierno es una prueba de la violencia discursiva: El "cinco por uno, no va a quedar ninguno" o cuando proclamó que sería el primero en salir a vengar con fuego el bombardeo del 55.
-¿Considera que actualmente existe una "romantización" de las guerrillas de los setenta, que eleva el costado más utópico y minimiza la liturgia militar de esas agrupaciones?
-No sé, a mí siempre me interesó hurgar en la el desarrollo político-militar de las organizaciones guerrilleras, contar cómo un estudiante que ayudaba a los pobres se convertía en un militante con práctica armada y luego formaba parte de un ejército irregular.
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