Unos 350 años después de que el Santo Oficio obligara al astrónomo Galileo Galilei, un fiel católico, a la abjuración y el silencio, la iglesia de Roma decidió en 1992 reconocer su error, por medio de su máxima autoridad. Galilei había sostenido teorías científicas que se apartaban de lo que aceptaba el dogma. Para permanecer en la grey, tuvo que renunciar a ellas. La historia está llena de episodios de censura y de persecuciones al pensamiento libre, pero el de Galilei ha permanecido como un caso emblemático.
Casi dos décadas después de ese tardío reconocimiento, en la Argentina, la comisión de ética del Partido Socialista, a cuyos integrantes no tengo el gusto de conocer, aunque los imagino filósofos, abogados, politólogos, físicos, decidió reencarnar aquella tradición oscurantista, que cualquiera supondría incompatible con su propio ideario. Dedicados al difícil arte de administrar ética, se arrogaron la facultad de establecer quién tiene autoridad moral y quién no la tiene para ser socialista.
También los imagino con una capucha blanca, divididos entre águilas y palomas. Los primeros, partidarios de quemarles la casa a los díscolos, eliminando todo vestigio subversivo, y los segundos, más aggiornados y prácticos, dispuestos sólo a expulsar a quienes desentonan con la uniformidad partidaria o piensan distinto al cacique de turno y obran en consecuencia. No deja de ser una suerte que aún exista esta reserva moral: ahora tenemos la tranquilidad de saber que ya nadie va a poder usurpar el título de socialista.
Espero que después del escarmiento, mis compañeros y amigos Ariel Basteiro y Oscar González hayan aprendido que en la gran iglesia socialista todos pensamos igual o no pensamos. También espero que dejen de quejarse y agradezcan que se haya impuesto el criterio de las palomas y que se hayan librado así de servir de paja para alimentar la hoguera de pecadores. Y les pido disculpas por el humor, pero se me ocurre que sólo así se puede digerir semejante sinvergüenzada.
Las distintas visiones sobre la actual coyuntura, plena de circunstancias inéditas tanto en el país como en el mundo, seguramente van a superarse con tolerancia y no con un manual de disciplina que intente acallarlas. La diversidad debe tomarse como un valor enriquecedor, no como un mal que se debe suprimir por temor a su propagación. Es incluyendo las diferencias, no borrándolas, que vamos a construir el verdadero socialismo.
Como mis dos amigos y como miles de socialistas, creo que estamos viviendo un punto de inflexión en nuestra historia, en el que se impone que demos nuestro apoyo, con autonomía, a un gobierno que ha adoptado y adopta medidas populares que suscribimos, y que tiene que enfrentar la salvaje oposición de un bloque de derecha dispuesto a todo para defender a las clases privilegiadas de nuestra sociedad. Se puede estar de acuerdo o no con esta manera de pensar y de obrar. Lo que no se puede es eludir el debate y sancionar. Espero que el pedido de perdón por tanta intolerancia, rayana con la idiotez, no deba aguardar 350 años.
Casi dos décadas después de ese tardío reconocimiento, en la Argentina, la comisión de ética del Partido Socialista, a cuyos integrantes no tengo el gusto de conocer, aunque los imagino filósofos, abogados, politólogos, físicos, decidió reencarnar aquella tradición oscurantista, que cualquiera supondría incompatible con su propio ideario. Dedicados al difícil arte de administrar ética, se arrogaron la facultad de establecer quién tiene autoridad moral y quién no la tiene para ser socialista.
También los imagino con una capucha blanca, divididos entre águilas y palomas. Los primeros, partidarios de quemarles la casa a los díscolos, eliminando todo vestigio subversivo, y los segundos, más aggiornados y prácticos, dispuestos sólo a expulsar a quienes desentonan con la uniformidad partidaria o piensan distinto al cacique de turno y obran en consecuencia. No deja de ser una suerte que aún exista esta reserva moral: ahora tenemos la tranquilidad de saber que ya nadie va a poder usurpar el título de socialista.
Espero que después del escarmiento, mis compañeros y amigos Ariel Basteiro y Oscar González hayan aprendido que en la gran iglesia socialista todos pensamos igual o no pensamos. También espero que dejen de quejarse y agradezcan que se haya impuesto el criterio de las palomas y que se hayan librado así de servir de paja para alimentar la hoguera de pecadores. Y les pido disculpas por el humor, pero se me ocurre que sólo así se puede digerir semejante sinvergüenzada.
Las distintas visiones sobre la actual coyuntura, plena de circunstancias inéditas tanto en el país como en el mundo, seguramente van a superarse con tolerancia y no con un manual de disciplina que intente acallarlas. La diversidad debe tomarse como un valor enriquecedor, no como un mal que se debe suprimir por temor a su propagación. Es incluyendo las diferencias, no borrándolas, que vamos a construir el verdadero socialismo.
Como mis dos amigos y como miles de socialistas, creo que estamos viviendo un punto de inflexión en nuestra historia, en el que se impone que demos nuestro apoyo, con autonomía, a un gobierno que ha adoptado y adopta medidas populares que suscribimos, y que tiene que enfrentar la salvaje oposición de un bloque de derecha dispuesto a todo para defender a las clases privilegiadas de nuestra sociedad. Se puede estar de acuerdo o no con esta manera de pensar y de obrar. Lo que no se puede es eludir el debate y sancionar. Espero que el pedido de perdón por tanta intolerancia, rayana con la idiotez, no deba aguardar 350 años.
* Ex diputado nacional del Partido Socialista. Ex vicejefe de Gabinete.
Fuente: www.pagina12.com.ar miércoles, 18 de marzo de 2009
Fuente: www.pagina12.com.ar miércoles, 18 de marzo de 2009
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