A 38 años de
la muerte del autor de El medio pelo en
la sociedad argentina
El kirchnerismo recuperó al
pensador nacional y popular de los estantes de las librerías de viejo y lo
convirtió en fuente de argumentación de decretos y políticas de Estado.
Hasta
no hace mucho, Arturo Jauretche era una contraseña, un nombre en código para
los que resistieron la lluvia ácida del desencanto noventoso. Se lo invocaba en
esos tiempos umbríos en los boliches de las mil moscas y en una canción de Los
Piojos, pero en la política de todos los días y en las universidades, Jauretche
era un pensador ignorado, silenciado, casi desaparecido. Era lógico que así
sucediera: haber pensado que el dólar valía un peso, reducir el vínculo con los
Estados Unidos a una metáfora sexual y rematar el patrimonio nacional por
chirolas, fue una moda con excesivos adeptos en la Argentina neoliberal. En ese
entorno de sumisiones y abdicaciones a granel, el ideal nacional y popular
jauretchiano pertenecía al pasado-pisado, al orden anacrónico que se quería
enterrar con la pala globalizadora de Fukuyama y los Vargas Llosa, padre e
hijo. Sus obras eran como los consejos del sabio de una tribu originaria que
sentía nostalgia cipayesca por el Puerto de Palos sin haberlo visto jamás.
Recién
cuando la Argentina comenzó a cambiar, el pensamiento de Jauretche pasó del
olvido y la negación a este presente de confrontaciones de ideas y valores que
el kirchnerismo propuso como "batalla cultural". Fue de la mano de Cristina
Kirchner que la figura del creador de FORJA ―junto a Scalabrini Ortiz― se
permitió el desexilio y entró a paso firme en la Casa Rosada. El 15 de
setiembre de 2010, año del Bicentenario, la presidenta inauguró el Salón de los
pensadores y escritores argentinos, y así como el kirchnerismo descolgó otros
cuadros dolorosos e innecesarios, esa vez decidió levantar y reivindicar el de
Arturo Jauretche frente a una inmensa platea. Dos meses después, en Florencio
Varela, la misma Cristina inauguró la Universidad Arturo Jauretche.
Escribió
Horacio González en Tiempo Argentino el 25 de mayo pasado que la rara
originalidad del kirchnerismo radica en "que promueve situaciones de
transformación a la que los conservadores se oponen, y ante las que muchos
transformistas se molestan […] Deja textos en el aire sobre la base de los ya
leídos y releídos. Está en estado de insinuación permanente." Y finaliza: "Creó grietas novedosas con horizonte atípico y con insinuaciones fundacionales
se abría (desde Néstor Kirchner) con instrumental salido de antiguos subsuelos
argentinos."
De
esos subsuelos argentinos retornó Jauretche una tarde de 2010, convocado por la
presidenta. Hoy forma parte de la brújula conceptual de muchas de las políticas
oficiales. El kirchnerismo es jauretchiano en sus argumentaciones y en
sus actos. Basta con releer algunos de sus escritos para comprender que aquel
pensador nacional sembró en el ayer para cosechar en el futuro, que transcurre en
estos tiempos que vivimos:
―Dijo
Jauretche: "No existe la libertad de prensa, tan sólo es una máscara de la
libertad de empresa […] Mientras los totalitarios reprimen toda manifestación
de la conciencia popular, los cabecillas de la plutocracia impiden, por el
manejo organizado de los medios de formación de las ideas, que los pueblos
tengan conciencia de sus propios problemas y los resuelven en función de sus
propios intereses […] Porque estos periódicos tan celosos de la censura oficial
se autocensuran cuando se trata del avisador; el columnista no debe chocar con
la administración. Las doctrinas, los hechos, los hombres, se discriminan en
función del aviso; así hay tabúes tácitos y se sabe qué no se debe mencionar,
qué camino no hay que aconsejar, qué cosas son inconvenientes." ¿En estos
párrafos, acaso, no está el germen de la política de desmonopolización que
derivó en la Ley de Medios de la democracia? ¿No hay, también, un
cuestionamiento severo al mal llamado "periodismo independiente"? Parece escrito
hace un rato.
―Dijo
Jauretche: "No es posible quedarse a contemplar el ombligo del ayer y no ver el
cordón umbilical que aparece a medida que todos los días nace una nueva
Argentina a través de los jóvenes. No se lamenten los viejos de que los recién
venidos ocupen los primeros puestos de la fila; porque siempre es así: se gana
con los nuevos." La propuesta de trasvasamiento generacional del kirchnerismo
apunta a eso. Se ve reflejada en el aliento a La Cámpora, al Evita y a la
Juventud Sindical. Buena parte del funcionariado estatal, en sus primeras y
segundas líneas, son sub-45. El kirchnerismo es la única identidad política de
mayorías que le habla y le da lugar a los jóvenes, aun contra la opinión de sus
cuadros setentistas de mayor edad. Y lo hace desde la rebeldía de una gestión transformadora,
no desde la agitación antiestatal, un clásico necesario de los movimientos de
fines de los '60 y principios de los '70, cuando los Estados eran
antinacionales, antipopulares, antidemocráticos o directamente genocidas.
―Dijo
Jauretche: "Asesorarse con los técnicos del FMI es lo mismo que ir al almacén
con el manual del comprador, escrito por el almacenero." La recuperación de la
soberanía económica de los últimos años, vía desendeudamiento, está sintetizada
en esta máxima jauretchiana. Es como un haiku japonés, de sólo 22 palabras, que
resume todo un tratado de economía para países periféricos. Con el
kirchnerismo, la Argentina dejó de seguir las recetas del Fondo que proponían
pagar deuda contrayendo más deuda, para cancelar al contado con ajuste y
exclusión social. El crecimiento de la última década confirma que los intereses
del almacenero casi nunca son los del comprador.
―Dijo
Jauretche: "Hasta que los argentinos no recuperemos para la Nación y el Pueblo
el dominio de nuestras riquezas, no seremos ni una Nación soberana ni un Pueblo
feliz." Por carácter inverso, cuando el país entregó sus riquezas en los ‘90,
extraviamos el sentido de Nación y hubo salarios de hambre y desocupación. Fue
el pasaje más triste desde la recuperación democrática. Las nacionalizaciones
de YPF, Aerolíneas, AFJP, Aguas y Correo vinieron a reparar parte del saqueo.
―Dijo
Jauretche: "El gran problema argentino es el de la Inteligencia que no quiere
entender que son las condiciones locales las que deben determinar el
pensamiento político y económico […] El nacionalismo de ustedes se parece al
amor de un hijo junto a la tumba del padre; el nuestro, se parece al amor del
padre junto a la cuna del hijo […] Para ustedes la Nación se realizó y fue
derogada; para nosotros, sigue naciendo." El kirchnerismo fue sepulturero del
Consenso de Washington en toda la región. Desde entonces, la capital argentina
está en Buenos Aires, y tanto la política como la economía se deciden aquí. El
pensamiento de nuestra élite económica y cultural, de carácter off shore, hoy
está en crisis. Y nos va mejor. A todos. Incluso a esa élite, que se queja
tanto.
―Dijo
Jauretche: "El que maneja el crédito maneja más la moneda que el que la emite.
El que maneja el crédito maneja más el comercio de exportación e importación
que el que compra y el que vende. El que maneja el crédito estimula
determinadas formas de producción y debilita otras. El que maneja el crédito
establece qué es lo que se ha de producir y qué no. Determina lo que puede y lo
que no puede llegar al mercado con facilidades de venta; y maneja por
consecuencia el consumo." ¿Alguien leyó los fundamentos de la reforma a la Carta
Orgánica del BCRA? Bueno, son casi un calco.
―Dijo
Jauretche: "La falsificación de la historia ha perseguido precisamente esta
finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos
poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional.
Mucha gente no entiende la necesidad del revisionismo porque no comprende que
la falsificación de la historia es una política de la historia, destinada a
privarnos de la experiencia que es la sabiduría madre […] Será necesario otro
momento histórico, un momento de revisión social e ideológico, que provoque la
sugerencia de las fuerzas reales de la sociedad, para que se cree el ambiente
propicio a repensar la historia, a comprender desde otro punto de vista las
estructuras artificiales que se han creado, y para cuya subsistencia se hizo
una historia también artificial." El 21 de noviembre de 2011, la presidenta
creó por decreto el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e
Iberoamericano Manuel Dorrego, presidido por Mario Pacho O'Donnell. Un dato al
pasar, como quien no quiere la cosa: cuatro de los libros que encabezan el
ranking de best seller en las librerías son de historiadores revisionistas que
pertenecen a este instituto.
Por último, los insistentes llamados de Cristina a la unidad nacional y el desafío a las corporaciones tiene raíces en otra sentencia jauretchiana: "Todos los sectores sociales deben estar unidos verticalmente por el destino común de la Nación […] Se hace imposible pensar la política social sin una política nacional."
Jauretche
murió el 25 de mayo de 1974. Sus ideas, que son las del forjismo radical, las
del peronismo insurgente, las de los nacionales antiliberales de antaño, se
mantuvieron latentes en sindicatos, sociedades de fomento, centros de estudio y
otros grupos resistentes; y en algunos libros mayúsculos como Política nacional y revisionismo histórico
(que la Secretaría de Cultura acaba de reeditar), Los profetas del odio, El
medio pelo en la sociedad argentina y Manual
de zonceras, que no estaban de moda, porque la moda de entonces era decir
que la historia había muerto y hablar de Nación en la era de los McDonald's no
valía la pena.
Casi
40 años después, las pasiones jauretchianas asoman en las palabras de Cristina
y hoy son políticas de Estado. Como si hubiera sido finalmente recuperado del
destierro.
Con la sensación de que ya nada volverá a ser como era cuando Jauretche bostezaba su exilio en los últimos estantes de las librerías de usados, hay que convenir que vivimos un fenomenal cambio cultural, inimaginable hace una década.
Con la sensación de que ya nada volverá a ser como era cuando Jauretche bostezaba su exilio en los últimos estantes de las librerías de usados, hay que convenir que vivimos un fenomenal cambio cultural, inimaginable hace una década.
Del
que somos testigos. Pero, sobre todo, protagonistas.
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