Por Immanuel Wallerstein - Página 12 - 2/12/09
Algo extraño está ocurriendo en América latina. Las fuerzas de derecha en la región están emplazadas de tal modo que pueden desempeñarse mejor durante la presidencia de Barack Obama que durante los ocho años de George W. Bush. Este encabezaba un régimen de extrema derecha que no tenía ninguna simpatía por las fuerzas populares en América latina. Por el contrario, Obama encabeza un régimen centrista que intenta replicar la “política del buen vecino” que proclamara Franklin Roosevelt como forma de anunciar el fin de la intervención militar directa de Estados Unidos en América latina.
Durante la presidencia de Bush, el único intento serio de golpe de Estado con respaldo de Estados Unidos ocurrió en 2002 contra Hugo Chávez en Venezuela y tal asonada falló. Fue seguida de una serie de elecciones por toda América latina y el Caribe, donde los candidatos de centroizquierda ganaron en casi todos los casos. La culminación fue una reunión en 2008 en Brasil –a la que Estados Unidos no fue invitado y donde el presidente de Cuba, Raúl Castro, recibió trato de héroe virtual—.
Desde que Obama asumió la presidencia, se ha logrado perpetrar un golpe de Estado: en Honduras. Pese a la condena que expresó el mandatario, la política estadounidense ha sido ambigua y los líderes del golpe ganaron su apuesta de mantenerse en el poder hasta las próximas elecciones para presidente. Hace apenas muy poco, en Paraguay, el presidente católico de izquierda Fernando Lugo pudo evitar un golpe militar. Pero su vicepresidente, Federico Franco, de derecha, está maniobrando para obtener de un Parlamento nacional hostil a Lugo un golpe de Estado que asume la forma de un enjuiciamiento. Y los dientes militares se afilan en una serie de otros países.
Para entender esta aparente anomalía debemos mirar la política interna de Estados Unidos, y cómo afecta a su política exterior. El Partido Demócrata es la misma coalición amplia que siempre ha sido, pero el Partido Republicano se ha desplazado más a la derecha. Esto significa que los republicanos tienen una base menor. Lo lógico sería que esto significara bastantes problemas electorales. Pero, como lo estamos viendo, esto no funciona exactamente de ese modo.
Las fuerzas de la extrema derecha que dominan el Partido Republicano están muy motivadas y son bastante agresivas. Buscan purgar a todos y cada uno de los políticos republicanos a quienes consideren demasiado “moderados” e intentan forzar a los republicanos en el Congreso a una actitud negativa uniforme hacia todas y cada una de las cosas que proponga el Partido Demócrata y en particular el presidente Obama. Los arreglos políticos de compromiso ya no son vistos como políticamente deseables. Por el contrario. A los republicanos se los presiona para marchar al ritmo de un solo tamborilero.
Entretanto, el Partido Demócrata opera como siempre ha operado. Su amplia coalición va de la izquierda a una cierta derecha del centro. Los demócratas en el Congreso invierten casi toda su energía política en negociar unos con otros. Esto implica que es muy difícil aprobar legislaciones significativas, como lo vemos actualmente con el intento de reformar las estructuras de salud estadounidenses.
Entonces, ¿qué significa esto para América latina (y de hecho para otras partes del mundo)? Obama tiene una base diversa y una agenda ambigua. Su postura pública se bambolea entre una firme posición centrista y unos moderados gestos de centroizquierda. Esto vuelve su posición política esencialmente débil. Obama desilusiona a los votantes de izquierda y la realidad de una depresión mundial hace que algunos de sus votantes centristas se aparten de él por miedo a una deuda nacional creciente.
Para Obama, al igual que para Bush, América latina no está en la cúspide de las prioridades. Está muy preocupado por las elecciones de 2010 y 2012. Y esto no es algo insensato. Lo que la derecha latinoamericana hace es sacarles ventaja a las dificultades políticas internas de Obama para forzarle la mano. Se percatan de que no cuenta con la energía política disponible para atajarlos. Además, la situación económica mundial tiende a redundar en contra de los regímenes en el cargo. Y en la América latina de hoy son los partidos de centroizquierda los que están en el cargo. Si Obama lograra triunfos políticos importantes en los próximos dos años, esto mellaría, de hecho, el retorno de la derecha latinoamericana. ¿Pero logrará tales triunfos?
Durante la presidencia de Bush, el único intento serio de golpe de Estado con respaldo de Estados Unidos ocurrió en 2002 contra Hugo Chávez en Venezuela y tal asonada falló. Fue seguida de una serie de elecciones por toda América latina y el Caribe, donde los candidatos de centroizquierda ganaron en casi todos los casos. La culminación fue una reunión en 2008 en Brasil –a la que Estados Unidos no fue invitado y donde el presidente de Cuba, Raúl Castro, recibió trato de héroe virtual—.
Desde que Obama asumió la presidencia, se ha logrado perpetrar un golpe de Estado: en Honduras. Pese a la condena que expresó el mandatario, la política estadounidense ha sido ambigua y los líderes del golpe ganaron su apuesta de mantenerse en el poder hasta las próximas elecciones para presidente. Hace apenas muy poco, en Paraguay, el presidente católico de izquierda Fernando Lugo pudo evitar un golpe militar. Pero su vicepresidente, Federico Franco, de derecha, está maniobrando para obtener de un Parlamento nacional hostil a Lugo un golpe de Estado que asume la forma de un enjuiciamiento. Y los dientes militares se afilan en una serie de otros países.
Para entender esta aparente anomalía debemos mirar la política interna de Estados Unidos, y cómo afecta a su política exterior. El Partido Demócrata es la misma coalición amplia que siempre ha sido, pero el Partido Republicano se ha desplazado más a la derecha. Esto significa que los republicanos tienen una base menor. Lo lógico sería que esto significara bastantes problemas electorales. Pero, como lo estamos viendo, esto no funciona exactamente de ese modo.
Las fuerzas de la extrema derecha que dominan el Partido Republicano están muy motivadas y son bastante agresivas. Buscan purgar a todos y cada uno de los políticos republicanos a quienes consideren demasiado “moderados” e intentan forzar a los republicanos en el Congreso a una actitud negativa uniforme hacia todas y cada una de las cosas que proponga el Partido Demócrata y en particular el presidente Obama. Los arreglos políticos de compromiso ya no son vistos como políticamente deseables. Por el contrario. A los republicanos se los presiona para marchar al ritmo de un solo tamborilero.
Entretanto, el Partido Demócrata opera como siempre ha operado. Su amplia coalición va de la izquierda a una cierta derecha del centro. Los demócratas en el Congreso invierten casi toda su energía política en negociar unos con otros. Esto implica que es muy difícil aprobar legislaciones significativas, como lo vemos actualmente con el intento de reformar las estructuras de salud estadounidenses.
Entonces, ¿qué significa esto para América latina (y de hecho para otras partes del mundo)? Obama tiene una base diversa y una agenda ambigua. Su postura pública se bambolea entre una firme posición centrista y unos moderados gestos de centroizquierda. Esto vuelve su posición política esencialmente débil. Obama desilusiona a los votantes de izquierda y la realidad de una depresión mundial hace que algunos de sus votantes centristas se aparten de él por miedo a una deuda nacional creciente.
Para Obama, al igual que para Bush, América latina no está en la cúspide de las prioridades. Está muy preocupado por las elecciones de 2010 y 2012. Y esto no es algo insensato. Lo que la derecha latinoamericana hace es sacarles ventaja a las dificultades políticas internas de Obama para forzarle la mano. Se percatan de que no cuenta con la energía política disponible para atajarlos. Además, la situación económica mundial tiende a redundar en contra de los regímenes en el cargo. Y en la América latina de hoy son los partidos de centroizquierda los que están en el cargo. Si Obama lograra triunfos políticos importantes en los próximos dos años, esto mellaría, de hecho, el retorno de la derecha latinoamericana. ¿Pero logrará tales triunfos?
Traducción: Ramón Vera Herrera
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