por José Soria
La vuelta de Corres a su casa materna me obligó a la siguiente cadena conceptual: miedo-madre-infancia-afectos.
Como todo humano Corres nació de un vientre, fue bebé, se amamantó de pechos maternos, en su edad de extrema indefensión tuvo los invalorables cuidados de una madre.
Fue púber, adolescente, adulto.
En general a todos nos pasa lo mismo.
Personalmente he observado cómo cambia la disposición mental de un joven o adulto cuando; lo que tenía planeado, le ha dado resultado. Cuán seguros de sí mismos se sienten.
¡Cuán seguro de sí mismo se habrá sentido el joven Corres cuando, empleado del ejército argentino, cobraba un sueldo y tenía seguridad física!
¡Cuán seguro se sintió cuando tenía el respaldo operativo y logístico de una organización como nuestro ejercito pagado de nuestro bolsillo!
Muy macho y muy hombre se habrá sentido sabiendo que todos lo apoyaban cuando torturaba y mataba. Parte de la sociedad civil y todo nuestro pagado ejército estaba de su lado.
Pero Corres fue bebe, le cambiaron los pañales, lo higienizaron, le dieron todos los cuidados que, cuando vinieron al mundo, le dieron a los que torturó y mató.
Esta sociedad tiene dos clases de vientres: los que paren los muertos y los que paren los asesinos, los que paren los pobres y los que paren los ricos, los que tienen derechos y los que no tienen, los que tienen campos y los vientres que paren a los desposeídos.
También tenemos madres que paren a seres perversos, que se deleitan con la injusticia, el engaño, la explotación laboral, la opresión, etc., y sienten placer al cometer todas esas atrocidades.
Pero tenemos madres que paren a las víctimas de esos seres atroces y perversos.
Corres por ejemplo: vino de un vientre X y en virtud de cierto mecanismo selectivo de la derecha local; se convirtió en un torturador y asesino y con esa actitud defendió esta sociedad tan acostumbrada a la injusticia y al crimen contra el otro.
Por suerte, en argentina, hay madres que paren a hombres bien nacidos y que quieren un país donde lo más bello sea la felicidad del otro —es decir— un país donde reine la distribución equitativa de la riqueza, país con soberanía política e independencia económica.
Por ahora nos juega en contra esa costumbre de matar a estos argentinos bien nacidos. A pesar de tanta noche en contra, personalmente, sueño con un país donde ya no haya madres con pañuelos blancos porque reina la justicia.
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