Por Sandra Russo - Página 12
Podría haber sido apenas un intento de estrategia para desviar la atención del escándalo de las escuchas clandestinas, ahora que está cerca el llamado a indagatoria. Acá se confunde mucho todo. Acá en la Capital, digo. Macri confundió siempre la iniciativa política con una conferencia de prensa a la que vayan todos los grandes medios. Su naturaleza le hace confundir las cosas. Es un hijo electrónico de la videopolítica, un funcionario de la nueva estirpe, que es la que no gasta la suela de los zapatos en el territorio sino la cuenta corriente en consultorías.
Ellos creen que los medios son todopoderosos, y que son la clave del éxito. En junio, De Narváez vio el milagro y reforzó la fe en la especie. Los hijos de la videopolítica, asesorados por remanentes de los ’90 como Jaime Durán Barba, desprecian profundamente la política y hasta subjetivamente funcionan como empresarios. Creen que todo en la vida es cuestión de marketing: de la personalidad ha quedado viva apenas la imagen, que se puede colorear a gusto sólo con ser anunciante en los grandes medios. A veces ni siquiera hace falta. Se impone la solidaridad de clase, la única forma de solidaridad que respetan.
Con todo el gabinete alrededor, anunció su proyecto de encarcelar a trapitos y encapuchados. Nombró eso como “plan de seguridad”, en un primer deslizamiento de sentido tan burdo, que sólo puede pergeñarse desde la sobreestimación de la propia impunidad.
La seguridad de la Capital no está amenazada ni por trapitos ni por encapuchados. Más bien se trata de dos simplificaciones profundamente discriminatorias, como se ve en el hecho de pegarlas con moco a la inseguridad. Debajo de los trapitos y las capuchas hay personas que Macri no ve como tales y a quienes no les reconoce derechos. Los trata como si no tuvieran espíritu, como si fueran los extras de Thriller, bultos en las calles, la famosa masa indivisible.
Macri no quiere gobernar para nadie que no pueda pagarse un colegio privado. Ahí ha plantado su bandera. Busca empatía en esos sectores acomodados porteños, y en los medios, naturalmente, donde siempre un paso de baile garpa más que andar tocando timbre. Como esta vez tenía que justificar un proyecto innecesario e inesperado, alguien le dijo: “Decí que tocaste timbres”. Es decir: Macri afirma recoger un clamor vecinal cuando propone mandar a la cárcel a trapitos y encapuchados.
El diálogo que mantuvo con Nelson Castro en Radio Mitre quedará para la historia de la videopolítica, también como fenómeno en caída libre. Este país está, pese a los medios, politizado como nunca antes en la democracia, y ésa es una grieta del poder que mantiene en suspenso la Ley de Medios. Los griegos dirían que es hybris: el pecado del exceso. Mientras mantuvieron la ficción de “la independencia”, pudieron trabajar tranquilos en el tallado de la opinión pública, predisponiéndola bien o mal de acuerdo con sus intereses. Pero se pasaron de rosca. Su sobreestimación se correspondía con una subestimación cerril de la capacidad deductiva y reflexiva de las audiencias. A veces uno acepta que le mientan, pero sin que se dé cuenta. Todo debe funcionar de acuerdo con ese contrato en el que emisor y receptor se mecen creyéndose un relato. Pero cuando la realidad mete la cuña, cuando la evidencia del fraude informativo es ostentosa, una parte aún imprecisa del público se retira de escena.
Nelson Castro le dijo que el anuncio le había parecido “oportunista” porque parecía salir al cruce de un nuevo escándalo a raíz de la Policía Metropolitana, y que le hacía una objeción, porque meter presos a trapitos y encapuchados no le parecía una medida “profunda”. Hasta ahí todos entendimos lo que quería decir Nelson Castro, porque a muchos el anuncio de Macri nos parece, además, cosmético, si no es más que barrer la mugre debajo de la alfombra. Pero Macri contestó: “¿Qué me está pidiendo? No podemos matarlos a todos. Eso es inaplicable”. Nelson Castro se quedó estupefacto.
La profundización del modelo macrista, según el entendimiento del líder partidario, sería matarlos a todos. Sería inaplicable, en efecto. Es la utopía de la ultraderecha que representa Macri. Son declaraciones fundantes de esa ultraderecha ideológica que no cree ni siquiera que los pobres están para que los exploten. La robotización los hace innecesarios. Sobran, molestan. Se trata de eliminarlos desmantelándoles los hospitales y abandonando sus escuelas, quitándolos de la agenda. Se los elimina también cerrando los talleres culturales, los merenderos, los clubes, quitándolos del presupuesto. Pero hay un plus en la ideología que a su pesar, pobre, despliega Macri, que lo lleva más allá. El los ataca hasta donde puede. Una solución final no daría bien en las encuestas, pero es lo que se le ocurre, antes que más trabajo o más educación, cuando se le habla de “profundidad”.
La videopolítica de la que Macri es producto depara estas sorpresas. El que imita a Freddie Mercury puede llegar al gobierno diciendo diez frases hechas y puede ser alguien para quien “matarlos a todos” tenga el problema de ser “inaplicable”. Mientras tanto, con la Ley de Medios suspendida por jueces que fallan políticamente, la grieta crece. Se filtra y derrama la militancia y la conciencia generalizada de ser idiotas útiles de entrevistados y entrevistadores. Se mete la cuña, se hace palanca con la evidencia de que por ahí no es sino en la calle.
Podría haber sido apenas un intento de estrategia para desviar la atención del escándalo de las escuchas clandestinas, ahora que está cerca el llamado a indagatoria. Acá se confunde mucho todo. Acá en la Capital, digo. Macri confundió siempre la iniciativa política con una conferencia de prensa a la que vayan todos los grandes medios. Su naturaleza le hace confundir las cosas. Es un hijo electrónico de la videopolítica, un funcionario de la nueva estirpe, que es la que no gasta la suela de los zapatos en el territorio sino la cuenta corriente en consultorías.
Ellos creen que los medios son todopoderosos, y que son la clave del éxito. En junio, De Narváez vio el milagro y reforzó la fe en la especie. Los hijos de la videopolítica, asesorados por remanentes de los ’90 como Jaime Durán Barba, desprecian profundamente la política y hasta subjetivamente funcionan como empresarios. Creen que todo en la vida es cuestión de marketing: de la personalidad ha quedado viva apenas la imagen, que se puede colorear a gusto sólo con ser anunciante en los grandes medios. A veces ni siquiera hace falta. Se impone la solidaridad de clase, la única forma de solidaridad que respetan.
Con todo el gabinete alrededor, anunció su proyecto de encarcelar a trapitos y encapuchados. Nombró eso como “plan de seguridad”, en un primer deslizamiento de sentido tan burdo, que sólo puede pergeñarse desde la sobreestimación de la propia impunidad.
La seguridad de la Capital no está amenazada ni por trapitos ni por encapuchados. Más bien se trata de dos simplificaciones profundamente discriminatorias, como se ve en el hecho de pegarlas con moco a la inseguridad. Debajo de los trapitos y las capuchas hay personas que Macri no ve como tales y a quienes no les reconoce derechos. Los trata como si no tuvieran espíritu, como si fueran los extras de Thriller, bultos en las calles, la famosa masa indivisible.
Macri no quiere gobernar para nadie que no pueda pagarse un colegio privado. Ahí ha plantado su bandera. Busca empatía en esos sectores acomodados porteños, y en los medios, naturalmente, donde siempre un paso de baile garpa más que andar tocando timbre. Como esta vez tenía que justificar un proyecto innecesario e inesperado, alguien le dijo: “Decí que tocaste timbres”. Es decir: Macri afirma recoger un clamor vecinal cuando propone mandar a la cárcel a trapitos y encapuchados.
El diálogo que mantuvo con Nelson Castro en Radio Mitre quedará para la historia de la videopolítica, también como fenómeno en caída libre. Este país está, pese a los medios, politizado como nunca antes en la democracia, y ésa es una grieta del poder que mantiene en suspenso la Ley de Medios. Los griegos dirían que es hybris: el pecado del exceso. Mientras mantuvieron la ficción de “la independencia”, pudieron trabajar tranquilos en el tallado de la opinión pública, predisponiéndola bien o mal de acuerdo con sus intereses. Pero se pasaron de rosca. Su sobreestimación se correspondía con una subestimación cerril de la capacidad deductiva y reflexiva de las audiencias. A veces uno acepta que le mientan, pero sin que se dé cuenta. Todo debe funcionar de acuerdo con ese contrato en el que emisor y receptor se mecen creyéndose un relato. Pero cuando la realidad mete la cuña, cuando la evidencia del fraude informativo es ostentosa, una parte aún imprecisa del público se retira de escena.
Nelson Castro le dijo que el anuncio le había parecido “oportunista” porque parecía salir al cruce de un nuevo escándalo a raíz de la Policía Metropolitana, y que le hacía una objeción, porque meter presos a trapitos y encapuchados no le parecía una medida “profunda”. Hasta ahí todos entendimos lo que quería decir Nelson Castro, porque a muchos el anuncio de Macri nos parece, además, cosmético, si no es más que barrer la mugre debajo de la alfombra. Pero Macri contestó: “¿Qué me está pidiendo? No podemos matarlos a todos. Eso es inaplicable”. Nelson Castro se quedó estupefacto.
La profundización del modelo macrista, según el entendimiento del líder partidario, sería matarlos a todos. Sería inaplicable, en efecto. Es la utopía de la ultraderecha que representa Macri. Son declaraciones fundantes de esa ultraderecha ideológica que no cree ni siquiera que los pobres están para que los exploten. La robotización los hace innecesarios. Sobran, molestan. Se trata de eliminarlos desmantelándoles los hospitales y abandonando sus escuelas, quitándolos de la agenda. Se los elimina también cerrando los talleres culturales, los merenderos, los clubes, quitándolos del presupuesto. Pero hay un plus en la ideología que a su pesar, pobre, despliega Macri, que lo lleva más allá. El los ataca hasta donde puede. Una solución final no daría bien en las encuestas, pero es lo que se le ocurre, antes que más trabajo o más educación, cuando se le habla de “profundidad”.
La videopolítica de la que Macri es producto depara estas sorpresas. El que imita a Freddie Mercury puede llegar al gobierno diciendo diez frases hechas y puede ser alguien para quien “matarlos a todos” tenga el problema de ser “inaplicable”. Mientras tanto, con la Ley de Medios suspendida por jueces que fallan políticamente, la grieta crece. Se filtra y derrama la militancia y la conciencia generalizada de ser idiotas útiles de entrevistados y entrevistadores. Se mete la cuña, se hace palanca con la evidencia de que por ahí no es sino en la calle.
1 comentario:
Excelente comentario y analisis, además de inteligente es muy linda
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